Emmanuel Macron y Gustavo Petro son las dos caras de una misma moneda política: el primero, reelecto en Francia pero sin mayoría parlamentaria, mientras el segundo ganó la presidencia de Colombia con presencia significativa en las dos cámaras del legislativo, pero sin haber podido avasallar a los partidos tradicionales.

El panorama en Francia es más claro, pues lo ilumina el primer periodo de Macron. En Colombia la sensación de euforia apenas empañadas por declaraciones irrelevantes como la de Mario Vargas Llosa quien consideró los resultados electorales como un error corregible, impide ver que solo se ganó la presidencia pero de manera insuficiente pues, además de no tener pleno control del Congreso, la diferencia con el rival de derecha, Rodolfo Hernández -llamado el Trump colombiano- es menos de cuatro puntos porcentuales, casi parejos.

Sin embargo, en ambos casos, se da presidencia de un signo con legislativo de otro, algo usual en el mundo, como lo muestra Estados Unidos, lo que abre la puerta a la negociación, sinónimo a veces olvidado de política, aunque también a querer imponerse o al dejar pasar.

También deja ver que pese al avance de los estudios sobre política y sociedad, el elector, el ciudadano, vaya, la sociedad, tiene sus propios caminos que muchas veces no son desviados ni torcidos por la política y su marketing.

Macron fue en su momento una joven esperanza para Francia, donde los partidos tradicionales recibían rechazo. Apoyado en su propio movimiento y su esposa 24 años mayor que él, llegó a la sede presidencial del Palacio del Elíseo con una agenda de reforma que pronto disgustó a los electores pues incluía recortes al gasto social, a fin de bajar impuestos empresariales y mantenerse dentro del mandato europeo de que el déficit público no rebase el tres por ciento del PIB.

La consecuencia de esas decisiones fue clara: el mandatario pasó a ser el “Presidente de los ricos”, sin lograr convencer a los ciudadanos de que el alto gasto social no sacaba de la pobreza a nadie, y menos cuando fueron afectados sectores como el de la salud.

El colmo, al menos mediáticamente, fue el alza a los combustibles que hizo nacer a los “chalecos amarillos”, así como el alza en dos años la edad de jubilación para recibir la pensión completa, aunque el retiro se mantuvo en 62, reforma aprobada pero suspendida por la pandemia, la cual abrió la llave de los recursos para tratar de frenar los efectos económicos del coronavirus.

Pese a ese historial que hablaba de una casi segura derrota, Macron fue reelecto en segunda vuelta con 58.55 por ciento de votos, poco más de siete puntos porcentuales que la ultraderechista Marine Le Pen, y abstención de 28.2 por ciento, la más alta desde 1969.

¿Por qué reelegirlo? Quizá porque Le Pen ni Jean-Luc Mélenchon de Francia Insumisa convencieron a los franceses, que empero este pasado domingo dieron a ambos candidatos y sus respectivas agrupaciones, la mayoría legislativa poniendo un freno al mandatario que necesariamente deberá negociar, hacer política para avanzar y no quedarse solo mirando como pasa el tiempo y llega la nueva temporada electoral.

En Colombia ganó Gustavo Petro, a quien uno de los rasgos con el cual se busca caracterizarlo es su pasado guerrillero en el M-19, que saltó a la notoriedad por haber robado la espada de Simón Bolívar en 1974, cuatro años antes del ingreso de Petro y dos también antes de la primera acción violenta de esa agrupación.

El propio ahora mandatario electo definió a esa guerrilla como actuando por un proyecto nacionalista y democrático, diferente a las otras que actuaban en Colombia, una marxista. Según Petro, sí recibió entrenamiento militar pero solo repartió propaganda y despensas en comunidades desfavorecidas.

El M-19 fue la primera guerrilla que se desmovilizó en el país andino, entró a la vida institucional y los comicios en 1991, cuando logró 19 diputaciones. Petro inició también una vida institucional como senador y alcalde de Bogotá, y con dos fracasados intentos de ganar la presidencia.

Este recuento es importante pues indica que Petro no es un guerrillero como se les pinta en los estereotipos, sino que desde su decisión de entrar al M-19, lo hizo como una forma de abrir espacios cerrados y no necesariamente hacer cambios radicales.

Quizá esto último modere la opinión de sus críticos sobre su programa que incluye más impuestos a los ricos y ampliación de programas sociales, a fin de dar oportunidades a los colombianos que iniciaron un éxodo hacia Estados Unidos en busca de ellas, entre otros puntos.

Pero que su agrupación, Pacto Histórico, haya conseguido 16 senadores sobre el total de 108 y 25 diputados de 188, parece ser insuficiente cuando los partidos considerados tradicionales tienen en conjunto 31 senadores –16 conservadores y 15 liberales- mientras en diputados suman 57 –32 liberales y 25 diputados.

Petro y Macron tienen frente a sí la opción de la imposición de sus propuestas. En Francia se ve imposible pues cuando la mayoría legislativa pertenecía a Macron la sociedad lo enfrentó y detuvo. En Colombia sería suicida esa opción ante los números electorales cerrados y una sociedad con fuertes elementos conservadores y religiosos. También podrían optar por no hacer nada y dejar pasar el tiempo, lo que no se ajusta a las personalidades de ninguno de los dos.

Y la tercera vía que es la de dialogar, negociar, convencer, hacer política, la más difícil y sin frutos inmediatos, pero que los podría proyectar en el largo plazo.
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