«A un perro no le importa si eres rico o pobre, inteligente o tonto. Dale tu corazón y él te dará el suyo» es una frase muy conocida del escritor Milo Gathema. El pasado 21 de julio se celebró, a nivel mundial, el Día del Perro.

Se les conoce como “el mejor amigo del hombre”. Los perros, descendientes de los antiguos lobos salvajes, han sido compañeros de los humanos por miles de años. Los ahora llamados “lomitos” son, junto con los gatos, la especie domesticada más unida al hombre.
Se calcula unas 341 razas caninas en el mundo. El Banseji se considera la raza más antigua, su imagen aparece en algunas tumbas egipcias. Otra de las razas antiguas se considera al Huski siberiano, perro fuerte y musculoso, utilizado para el trabajo y guarda de las familias.

Es tal la importancia de los caninos en la vida humana que también forman parte de su historia. Laika, la perrita mestiza rusa, fue la primera en orbitar el espacio exterior a bordo del Sputnik 2, en 1957. El Pastor Alemán Rin Tin Tin se convirtió en estrella de Hollywood, cuenta una leyenda que incluso fue votado para recibir un Oscar de la Academia. La huella de su pata está en el Paseo de la Fama de la Meca del arte cinematográfico.

En nuestro país, la perrita Frida, una hermosa Labrador, se convirtió en celebridad al participar en el rescate de muchas personas durante los sismos de 2017. Se considera que participó en 53 localizaciones, 12 de ellas con vida. Participó en los deslaves en Guatemala y el terremoto de Ecuador. Recién falleció pero siempre será recordada con sus goggles, chaleco y la protección para sus patitas.

Seguramente, estimado lector, en su vida ha tenido la presencia de algún lomito cariñoso. En la nuestra apareció una hermosa French Poodle Mini Toy, que recibió el nombre de Gotita de Miel. Después el nombre fue cambiando a Goti, Goli, Magoli, Magola y otros más chuscos. A ella no le importaba.

Llegó con nosotros a las 6 semanas de nacida, fue parte de nuestra familia por casi 15 años, ya con los estragos de la edad y algunas enfermedades. Creo que ella vivía feliz con nosotros y nosotros con ella. Era muy cariñosa e inteligente. El único truco que sabía era girar y sentarse a esperar que le diéramos un gajo de naranja (que le encantaba) o un trozo de jamón.

Cuando percibía o “sabía” que alguno de la familia estaba lastimado o enfermo se volvía más quieta y no hacía travesuras, incluso gemía, como para solidarizarse con el dolor que teníamos. En una ocasión su plato de agua estaba vacío. De forma suave, con su nariz húmeda tocó la pierna de mi esposa y, cuando tuvo su atención, se dirigió rápidamente a tocar, nuevamente con su nariz, el garrafón del agua, para indicar lo que le hacía falta.
Las visitas a la peluquería no eran muy de su agrado, pero al término, ya limpia y perfumada, sabía que tenía permiso de subirse a los sillones y acurrucarse con nosotros. La consentíamos y se dejaba consentir.

Gotita nos dejó de una forma imprevista y terrible, es una historia que prefiero no contar en esta ocasión. Pero nos dejó su recuerdo, su cariño, su lealtad. Cuenta una leyenda que, cuando llegue nuestro turno de partir, al final de un arcoíris estará nuestra mascota esperándonos para seguir juntos por el camino de la eternidad.

Me encantará leer las historias de sus lomitos en todas mis redes sociales. Nunca será tarde para recordar y homenajear a esos seres peluditos que hacen más alegres nuestras vidas.

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