Por: Mónica Teresa Müller
Desde el cuarto piso del edificio de departamentos, la vio. Buenos Aires dejaba que la brisa fuera una caricia constante. Ella, parada en la esquina de la calle Azcuénaga, cerró el abrigo y se aceró al cordón de la vereda.
El ventanal sin balcón, le pareció poco para saber más. El frescor de la noche arremolinaba las hojas caídas de los árboles con la picardía propia de un bailarín porteño, que utilizaba al gambetear una figura de tango.
Ella también lo vio. La luz de los faroles colocados bajo la marquesina del bar, la descubrieron. Nacho cerró las hojas del ventanal y fue hacia el dormitorio ubicado junto al salón de estar. La oscuridad del cuarto le permitió observar a la mujer con detenimiento. Paladeó un dulzor desconocido que se había apropiado de sus labios. “¡Qué tilingo!”, se dijo con bronca mientras observaba los autos que frenaban al verla. El morocho vigilaba desde mitad de cuadra los movimientos de su negocio.
Un mes atrás, se había parado junto a ella, “Te invito a cenar y después podés decidir qué hacer conmigo”, lo dijo en un susurro. La carcajada mezclada con el llanto de ella, lo sorprendió y desestabilizó. “Sos un iluso si pensás que aquél te va a dejar.” El tipo de la media cuadra se acercaba con lentitud, pero sin sacarle la mirada de encima, Nacho vio la sobaquera del morocho y el revólver que mostraba bajo la campera abierta. Con eso bastó para que, el hombre, regresara a su departamento.
Dicen que a todos nos place comer de la fruta prohibida, eso le sucedía a Nacho.
Desde el cuarto piso asistía, noche tras noche, al teatro callejero de una vida, la de ella. No entendía por qué, la mujer, permitía que todo sucediera con tal naturalidad, que la usaran como mercadería de descarte: “Me gustas te permito, no me gustas, te dejo.”
Una mañana la vio ingresar a una casa a dos cuadras de su departamento. Ella no se percató. Nacho prefirió pasar desapercibido, que la mujer ignorara que él sabía en dónde vivía. Trató de averiguar en qué momentos salía, qué hacía.
Una mañana lluviosa, aprovechó la salida de un señor mayor, le ayudó con la puerta e ingresó al edificio. Cuando ella bajó, se sorprendió verlo sentado en el room. Se desesperó. “Por favor, andate. En esto está en juego mi vida y…” El hombre intuyó que la mujer no mentía. La besó en la mejilla y se fue.
Los meses pasaron sin que Nacho supiera la causa por la que quería estar con ella, la dama intrigante, como la había bautizado. Desde el cuarto piso, se enteró, que esa mujer lo había hechizado.
Las complicaciones laborales lo distrajeron, causa por la que se vio forzado a hacer un in paz en saber sobre la vida de ella.
Una noche, al regresar de la oficina, se sentó en el estar y encendió la televisión. Si bien estaba informado de las noticias por las redes sociales, acomodarse en el sillón, bajar los párpados y escuchar a los periodistas contando las novedades del día, era lo indicado para Nacho.
“Noticia de último momento: fue detenido un hombre en la zona de Barrio Norte de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Había secuestrado a una niña de dos años con la finalidad de obligar a la madre a generarle ingresos mediante la prostitución.” No fueron necesarias más palabras para que Nacho sacara conclusiones.