Después de salir del juzgado, Daniela buscó la cafetería más cercana, deseaba olvidar los malos momentos que la magistrada y las abogadas de oficio le hicieron pasar en el Ministerio Público. Ellas, obligadas por el aparato judicial, la ginecocracia y la hipocresía de las familias aristócratas de nuevos ricos, mayoritariamente maestros retirados, debían empujar a su chivo expiatorio hacia un precipicio que hundiera en el lodo aquella nueva filosofía del pensamiento creado por Daniela.

El reciente citatorio después de casi nueve años de autoexilio, la obligó a regresar del extranjero y se tuvo que tragar la cicuta de las intrigas, la dolosa calumnia y la fabricación de un expediente atiborrado de crímenes que no cometió, pero esta ocasión la acusaban sus propios hijos, manipulados por sus fraudulentos abuelos y una académica de la universidad estatal, amante en turno del padre, misma que años atrás, acosó sin descanso a Daniela por negarse a hacerle su trabajo mientras Sully Selene, se paseaba con el director de un campus local y así, aseguraba mediante la venta de sus caricias, un puesto a perpetuidad.

La mesera de la cafetería, una joven de cabello ondulado y ojos grandes, la miró fijamente solicitando su orden.

– Un Latte grande, por favor.

– Tenemos pastel de zanahoria o canelones.

– Nada, solo café, gracias.

Daniela se sintió observada por los clientes; como si en su pecho llevara la letra escarlata de Hester, pero fingió que no le interesaban las miradas y siguió escribiendo en su computadora. Creyó que su autoexilio había curado las heridas de los egos y las bajas autoestimas de sus acusadores; pero no fue así, debían acabar con ella, su presencia en aquel lugar les era incómoda y más aún, estorbaba los planes de la secta política local liderada por el Porro. Daniela sabía demasiado.

A la cafetería llegó por casualidad la cabecilla del complot orquestado en su contra, una mujer alta y corpulenta de nombre Claudia que siempre estuvo enamorada del padre de los hijos de Daniela. Al verla, Claudia intentó saludarla, pero Daniela se colocó los audífonos y ni siquiera la miró. Ya no era la huérfana con cara de ángel y niña escuálida con cuerpo de modelo que todos habían perseguido por ser diferente y porque sus padres no formaban parte de los clubes de leones, rotarios, masones, damas promotoras y matrimonios cristianos de la élite; sus padres eran dos sencillos campesinos.

Daniela se había convertido en un témpano de hielo y era una antropóloga e investigadora de las cárceles internacionales, gozaba, incluso, del respeto de algunos militares a los que brindó ayuda durante el COVID y les prestó su casa como refugio.

Su libro más reciente, “Amar con respeto”, se presentaría en Colombia, por lo que Daniela debía terminar con ese juicio absurdo de inmediato. A pesar de que ella podía defenderse sola, contrató dos guardaespaldas para que no la hostigaran y un abogado de la federación para que las mujeres del complot actual, no la acosaran con sus agresiones de feministas empoderadas por el presupuesto de alguno de esos clubes de nuevos ricos o grupos de choque, claramente apadrinados por el Porro, ahora, marido de Sully Selene.

El libro era, una crítica clara al sistema patriarcal liderado por mujeres e insertadas en la política de manera estratégica, mismas que eran patrocinadas por empresarios con apellidos de terrateniente; Daniela tenía en sus redes sociales un cuantioso número de seguidores masculinos de diferentes países porque ella los apoyaba en sus crisis y sus procesos legales.

La doble moral de sus perseguidores contribuyó a que Daniela se definiera en sus textos como acérrima enemiga de los clichés que rodean a aquellos que gozan de grados académicos para oprimir y esclavizar a otros; eran, los neo neandertales, sin sentido común y voluntad propia. No sabían amarse a sí mismos con respeto.