Abraham Chinchillas
Un poco por olvido circunstancial, había interrumpido por varias (por no decir muchas, demasiadas) semanas este caótico recuento de lo vivido en el Primer Encuentro Internacional de Poesía y Filosofía, que recién iniciado el 2021, fue la luz al inico del tunel en el que ya nos hemos internado. Sigo, para que el menozcabo de nuestras esperanzas en el año ya no tan nuevo, sea sobrellevable, de la voz, en palabras, del gran Oscar de la Borbolla, quien siguen hablando a continuación:
Hay siempre una oposición entre el discurso poético y el filosófico; uno se expresa con conceptos y el otro con imágenes. Actualmente hay otros enfoques sobre el asunto, por ejemplo, el de Martín Heidegger, quien asegura que en la clasificación de las palabras, lo que está en el fondo es una filosofía, la aristotélica, por supesto. El Ser se decía en primerísimo lugar “de la sustancia” y en segundo lugar “de los accidentes”; eso coresponde puntualmente con el sustantivo y los adjetivos.
Heidegger dice que en los idiomas originarios las palabrasera, al mismo tiempo, son sustantivos y verbos. La gramática que usamos es aristotélica. El respeto de todas las reglas de la gramática nos obliga a reproducir la manera de concebir aristotélica; por culpa del lenguaje, vemos el mundo aristotélicamente, o sea, como sstantivos y como adjetivos, separados están los verbos.
Tenemos una visión del ser como si fuera atemporal; no obstante que las cosas que están ante nosotros están siendo. Sin embargo, cuando nos referimos a ellas con cualquiera de las lenguas modernas, lo hacemos como si los sustantivos estuvieran paralizados y para que cobraran vida tuvieramos que ponerles un verbo. Cuando hablamos de acuerdo con las reglas de la gramática, sin darnos cuenta ya nos hemos matrimoneado con una forma metafísica, particular, que es la aristotélica.
Esto forma parte de lo que Heidegger denomina el proyecto de la destrucción de la metafísica. En otras filosofías, como la de Jaques Derrida, se habla de la desconscrucción. Un intento por saltar, salirnos del corset que representa el que nosotros hablemos como hablamos.
Cuando a principios del siglo pasado los dadistas propusieron sustituir los signos de puntuación por signos matemáticos nos estaban invitando a escapar de ese corset que tiene el lenguaje. Justamente, lo que logran los poetas al violentar las reglas es, a veces, producir unos destellos que nos permiten acercarnos, mucho más claramente, a las cosas como son en sí mismas.
Quevedo, el poeta más alto de todos en el español, en los poemas metafísicos quita el auxiliar ‘haber’ en el poema “Ya no es ayer, mañana aún no ha llegado (…)”; nuestro pasado nos constituye, somos lo que fuimos, lo correcto sería decír “soy sido”. Cuando el poeta permite, con la capacidad de sugerencia que tiene la imagen, desbordar el significado del lenguaje, es cuando nos pone en un mejor contacto con la realidad.
La poesía permite lanzar más significados y escaparnos de un lenguaje en el que en lugar de hablar nosotros, es el lenguaje el que habla. A través de la palabra poética es cuando por vez primera podemos ser nosotros los que estamos habando y no el lenguaje de una metafísica trasnochada.
En esta época, la oportunidad de que nos acerquemos a la realidad misma, al ser, a entender las cosas, depende mucho de la fuerza que tienen los poetas. No en balde, Heidegger, al final de su vida deja la filosofía y se dedica a hacer poemas, particularmente haikus.
La disertación de Oscar de la Borbolla es un verdadero banquete de conocimiento. Queda algo en el tintero y, aunque supuse que en tres entregas podría compartir todas mis impresiones sobre lo vertido en el Primer Encuentro Internacional de Poesía y Filosofía, me veré obligado a transgredir la frontera autoimpuesta y en un futuro seguiré con esta serie de comentarios poéticos y filosóficos.
Paso cebra
Tersa y emotiva fue mi experiencia de vacunación contra la Covid-19. El proceso en el Instituto Tecnológico de Pachuca fue eficiente y veloz. Los voluntarios se comportaron con excelencia y en cuarenta minutos terminó todo. Las secuelas me trataron con benevolencia: dolor en el brazo, fatiga leve y una jaqueca moderada que desapareció el domingo. Queda la tranquilidad de saberse parte de los ya vacunados. Me siento privilegiado de serlo.