Se dice popularmente y con frecuencia que la Edad Media fue el periodo más oscuro de la historia humana. Diez siglos de tinieblas, mil años de irracionalidad encabezada en la mayoría de las veces por los cristianos católicos, y en menor medida por califatos y corrientes cristianas vetustas. No hubo avances tecnológicos ni filosóficos, las ciudades se ahogaban en su miseria y las condiciones de insalubridad fomentaron el acrecimiento de las pestes exterminadoras europeas. La Edad Media se reduce a un milenio de intolerancia religiosa donde el diablo caminaba libremente por las calles sembrando odio, miedo y muerte casi siempre bajo el rostro de algún islamista o africano. En resumen, el medioevo se distinguió por la ignorancia generalizada y el desconocimiento del mundo interior y exterior; esto es lo que se dice popularmente y, como es bien sabido, el pueblo siempre se equivoca.
En el imaginario colectivo prevalece la idea de que el catolicismo, salvo sus innumerables templos, no ha aportado nada más al mundo, sin embargo, esto no es así, pues mucha de la esplendorosa riqueza artística y cultural de hoy en día se la debemos al cristianismo romano. Un ejemplo: Dante Alighieri, el florentino, nos legó uno de los poemas épicos más importantes de Occidente, “La divina comedia”. Sobre su contenido literario y simbólico se ha discutido mucho por ya más de quinientos años, pues éste es un poema medieval, pero uno de sus inacabables pasajes es aquel que aparece en el quinto círculo del infierno y que está dedicado a dos amantes: Paolo y Francesca. Los versos comienzan así:
«Como palomas que por deseo llamadas, con ala alzada y firme al dulce nido van por el aire, del querer llevadas así del grupo donde estaba Dido, a nos vinieron en el aire maligno, el grito nuestro tan fuerte había sido.» Es el mismísimo Dante quien aquí habla comparando a las voladoras almas del infierno con las palomas que en parvada se mueven buscando refugio. De entre todas las almas sólo dos vuelan juntas, siempre inseparablemente. Son Paolo y Francesca que en acercándose a Dante le cuentan su historia por boca de la mujer.
«Ningún mayor dolor hay que recordar el tiempo feliz en la miseria», comienza diciendo Francesca quien era una mujer noble, hija de un príncipe y casada con un hombre al que no amaba. Francesca se enamoró de su cuñado y éste de ella, y todas las tardes se sentaban en secreto bajo un árbol a leer novelas de caballerías y, de entre tantas, la que más emocionaba sus corazones era la de Lancelot y Ginebra. Cierta vez, antes de que la noche triunfara sobre el día y fuera imposible seguir las letras de la página, Francesca y Paolo leyeron cómo Lancelot y Ginebra se miraron sin decir nada y después se besaron; imitándolos, Paolo, temblando, besó a Francesca y después sintió la furia de un acero atravesando su corazón, era su hermano, quien descubriéndolos los asesinó a ambos.
Conmovido, Dante sintió morirse y cayó. El quinto círculo del infierno corresponde al de los lujuriosos, allí Paolo y Francesca penan eternamente. En una ocasión a Paolo se le concedió el cielo sin Francesca, pero él respondió que el paraíso sin ella era más terrible que todos los infiernos juntos. Estos dos amantes, que murieron en la intensidad del beso, son producto de un fecundo pensamiento medieval que hasta nuestros días no ha sido superado por nuestras ‘luminosas’ mentes modernas.
A la Edad Media los científicos de la Ilustración le dieron el mote despectivo de Oscurantismo. El ser humano se mueve entre la oscuridad y la luz creyendo que ésta última es más verdadera que la otra, sin embargo, basta con levantar la vista hacia nuestras calles para notar que en el suelo por el cual marchamos siguen frescas las huellas del diablo medieval de la ignorancia. Vox populi, vox dei