Es un viernes 26 de enero de 1855 y el hombre camina de frente y sin detenerse sobre la rue de la Vieille-Lanterne, de París. La cloaca, contrario a su nombre, “la vieja linterna”, es realmente una oscura boca que se traga a la noche entera. El fin del camino y el hombre se detiene, imposible volver sobre sus pasos, pues no hay indicios de sus huellas; desaparece. En la mañana despejada del sábado, el sol escurre por las paredes como las aguas negras que bajan hasta la cloaca tocando un bulto suspenso en una de las lámparas, y la dorada luz del perfecto día que no necesita a los hombres (realmente ningún día nos clama) colorea el rostro de Gerard de Nerval, quien ha sido ahorcado por su doble.

Nerval fue un poeta escindido, fue de intensos amores y oscuros poemas. Amigo de Dumas, Dickens, Víctor Hugo y Gautier, pero también un indigente que no paraba de hablar con las voces que resonaban dentro de su cabeza. Su  madre murió de meningitis, la cabeza le dolió hasta que estalló; pero el mal de Nerval era diferente, concernía más a una multiplicidad de conciencias y no tanto a una dolencia física. Previendo su muerte escribiría su poema “El desdichado”, cuyo título está en español, pero sus versos en francés; primera estrofa: «Yo soy el tenebroso –el viudo– el sin consuelo, Príncipe de Aquitania de la torre abolida, murió mi sola estrella –mi laúd constelado ostenta el negro Sol de la Melancolía.»

‘Je suis le ténébreux’, ¿es Nerval la sombra del espíritu?, ¿es la tiniebla que ha venido para ennegrecer los corazones? La respuesta es incierta, pues en el poemario que fue publicado bajo el nombre “Les Chimères” (“Las Quimeras”, 1854) incluye la siguiente sentencia: «Je suis l’autre», es decir, «Yo soy el otro». Diecisiete años después Arthur Rimbaud, con 18 años de edad, escribiría en su correspondencia y en dos ocasiones la frase «Je est un autre» («Yo es un otro»). Resulta interesante la cercanía entre la frase de Nerval y la de Rimbaud, y si bien superficialmente parecen apuntar hacia la misma dirección, en su profundidad semántica son caminos separados. En la frase de Nerval hay correspondencia entre el “yo” y el “soy”, no así en Rimbaud quien nos dice “Yo es”, y no “Yo soy”. Si bien la otredad está presente en ambos, su mecanismo ontológico es distinto.

Regresando al poema de Nerval y retomando su última estrofa, leemos: «Yo crucé el Aqueronte, vencedor por dos veces, y la lira de Orfeo he pulsado alternando el llanto de la santa con los gritos del hada.» Existe aquí una idea de resurrección, o al menos de haber experimentado la muerte dos veces, pues el poeta ha navegado el Aqueronte de ida y vuelta. Y la poesía de Orfeo ejecutada por su lira parece representar a un mismo tiempo el pensamiento fragmentado del siglo del poeta francés; en la santa y el hada están el catolicismo y el paganismo de los románticos.

Nerval y Rimbaud, a la distancia temporal, parecen revolucionarios al involucrar la idea de un otro que convive en ellos mismos, sin embargo, dos siglos antes el español Francisco de Quevedo ya había dicho: «Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado.» La actualidad de su pensamiento sorprende y se impone sobre los simbolistas parisinos para dejar claro porque el siglo XVIII es el oro de las letras castellanas.

Terminemos. Nerval se suicidó en la oscuridad de la “Vieja linterna”. En este claroscuro simbólico no sólo murió el poeta, sino también el Tenebroso. Luz y oscuridad partieron a un mismo tiempo. Dos mil quinientos años antes Heráclito había dicho «el hombre se enciende y apaga como una luz de noche», Nerval no sólo ratificó las palabras del sabio helénico, sino que dejó abierta la pregunta ¿quién es el otro y quién soy yo mientras me apago en el callejón de la vida?

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