Padre muerto que estás en destierro, hoy pisoteado sea tu nombre, venga a nos el infierno, anúlese tu voluntad en la tierra como en el cielo. Ofréndanos el hermano de cada día, ignora nuestras ofensas como también nosotros ignoramos a los que nos imploran, no nos dejes caer en la redención y líbranos del bien, amén.

«Una de las cosas más para sentir que hay hoy en la Iglesia cristiana es la ignorancia que los cristianos tienen de las leyes y fundamentos de su religión. Porque apenas hay moro ni judío que, si le preguntáis por los principales artículos y partes de su ley, no sepa dar alguna razón della. Mas entre los cristianos (que, por haber recibido la doctrina del cielo, la habían de traer más impresa en lo íntimo de su corazón) hay tanto descuido y negligencia, que, no solamente los niños, mas aun los hombres de edad apenas saben los primeros elementos deste celestial filosofía». Fray Luis de Granada, ‘Libro de la oración’, siglo XVI.

El cristianismo tiene sus orígenes en los esclavos del imperio romano. Ellos se reunían en catacumbas para celebrar la sangre y el cuerpo de Cristo; el contacto con la muerte hizo germinar en sus corazones la comprensión de la dimensión mistérica. Los primeros cristianos ajenos al séquito de Cristo, al igual que los apóstoles, fueron iniciados en la vida simbólica trascendental. El mundo se les mostró como un texto infinito y basto en sabiduría, similar a la que aparece en el libro del Eclesiastés y que nos dice «no hay nada nuevo bajo el sol». Los primeros cristianos fueron sabios neoplatónicos y fundadores de una de las filosofías deístas más sofisticadas hasta hoy en día.

Los segundos cristianos fueron simuladores. Bajaron a las catacumbas de la misma manera que la noche sofocando al día. Cierto, el cementerio subterráneo era oscuro a los ojos profanos, pero luminoso a los iniciados, sin embargo, la oscuridad de los segundos cristianos era diferente, pues su estandarte era el de la ignorancia y en un afán de iluminar aquel recinto consagrado a la amistad tapizaron de oro las criptas y vistieron con coronas los cráneos del pasado. Fue así como la vanidad pecuniaria, disfrazada de misterio, aniquiló a los primeros cristianos y sobre estos erigió la iglesia “universal”: el catolicismo.

A este grupo de cristianos corrompidos pertenece la mayoría de los practicantes del cristianismo. Individuos ignorantes y seguidores de la simulación. Fray Luis de Granada, el dominico del renacimiento español citado líneas antes, ya había advertido la vergonzosa espiritualidad de sus contemporáneos y para ellos, en un acto de humildad, escribió ‘El libro de la oración y la meditación’ que aún hoy sigue sin leerse por el grueso de la grey, pues para ésta no hay nada más cómodo que realizar un catolicismo de ocasión.

«Las armas de los cristianos, su espada espiritual, es la palabra de Dios y la buena doctrina». El evangelio y nada más es lo que el ser humano necesita para vivir en cordialidad. No el Antiguo Testamento, tampoco las epístolas, únicamente la palabra, la buena nueva, de aquel que desapareció desde su infancia para iniciarse en los mismos misterios antiguos que buscaron Platón y Pitágoras. El cristianismo no es una religión, el catolicismo sí y por tanto resulta vil e imperfecto. Comprender las profundas doctrinas que los primeros cristianos enunciaron dentro de las catacumbas es menester para salvarse de la mentira, del egoísmo y de la ignorancia que hoy predica con orgullo la mayoría de un rebaño descarriado.

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