El Congreso mexicano regresa a una historia que conoce bien, la de las mayorías aplastantes.

Durante décadas, las dos cámaras, la de Diputados y la de Senadores, estuvieron acostumbradas a contar entre sus curules con una mayoría perteneciente al partido en el poder, en este caso: el PRI.

Sin contrapesos que influyeran en las votaciones de las diversas iniciativas presentadas por los diferentes presidentes, la mayoría priista aprobaba sin problemas reformas que fueron desde las privatizaciones de la banca y la telefonía hasta el incremento constante de los impuestos.

Muchas fueron las imágenes famosas que se captaron durante esa vida sana de las mayorías. ¿Quién no se acuerda de aquella foto donde Humberto Roque Villanueva, entonces coordinador priista en la Cámara de Diputados, celebraba con un gesto obsceno la aprobación del incremento del 13 al 15 por ciento del IVA?

Desde la mitad del sexenio de Ernesto Zedillo, en 1997, el Congreso se dividió y su partido el PRI, perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados después de haberla ejercido desde 1929.

De esa fecha, el poder legislativo siempre perteneció a la oposición. Pasaron Fox, Calderón y Peña Nieto sin una mayoría del Presidente.

De hecho, Enrique Peña Nieto tuvo que convocar a un Pacto por México, el cual logró aprobar las llamadas reformas estructurales con la unión de los principales partidos de oposición y el PRI; sin embargo, esta liga pronto se rompió y hoy estamos ante la derogación de la reforma educativa en el primer día de gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

Desde este sábado primero de septiembre, la Cámara regresó a su etapa de la mayoría del partido del Presidente. Si bien, los legisladores de Morena y sus aliados suman 247 diputados, no será difícil lograr los cuatro que les faltaría para lograr la mayoría simple, lo que significa que las iniciativas de López Obrador pasarán fácilmente la aduana del poder legislativo.

Sin embargo, está probado que en una democracia moderna, a la que por cierto aún aspiramos los mexicanos, deben de existir los contrapesos y éstos no existen en el Congreso.

Efectivamente, en la época de Congresos sin mayoría, padecimos una parálisis legislativa. Vicente Fox se quejó de ella, al grado de que no se le permitió en 2006 ingresar a San Lázaro para rendir su último informe, cuando diputados seguidores de AMLO no le permitieron entrar al recinto.

Desde entonces, ni Felipe Calderón ni Enrique Peña pudieron entablar un dialogo con el poder legislativo. Desde entonces, México padece de una nula relación entre dos de sus poderes, algo que ha sido muy dañino para nuestra democracia.

Con partidos políticos divididos, en plena guerra civil, el Congreso mexicano ya vive como antes, con una mayoría del Presidente, situación que podría ser buena para que la administración de López Obrador pueda realizar las modificaciones que considere necesarias para su proyecto, sin embargo, no se ve un contrapeso que pueda consolidar un dialogo democrático en nuestro sistema político.

Si bien, Andrés Manuel ha advertido que su presidencia no será el poder sobre todos los poderes, la tentación al autoritarismo estará presente.

Urge que en México se consoliden contrapesos, en los medios de comunicación, en la sociedad civil, en los gobiernos estatales, en los partidos políticos y en todos los sectores del país.

Nuestra urgencia de cambio no nos puede regresar a la época donde todo lo decidía el Presidente. Nunca más.

@PedroFerriz

Ferrizonline.com

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