Con una sencilla ceremonia religiosa denominada “el levantamiento del niño”, el desmonte del nacimiento o pesebre instalado en los hogares católicos, la bendición de las candelas o velas, la presentación del Niño Dios en el Templo y la designación del nuevo padrino que vestirá al niño el próximo año, culmina este 2 de febrero, Día de la Candelaria, el ciclo de festividades navideñas iniciado el 8 de diciembre, Día de la Purísima Concepción.

Estudiosos del fenómeno cultural refieren que el ritual es ancestral, se remonta a la Edad Media, pero se ha transformado a través del tiempo en sincretismo religioso, al combinar aspectos prehispánicos y europeos.

La costumbre de «levantar” al Niño Dios, consiste en llevar la imagen a bendecir a los templos y en quitar las figurillas colocadas en el nacimiento y guardarlas hasta el siguiente año.

Los mayordomos que cuidaron al Niño Dios durante todo un año, lo entregan en procesión a sus nuevos custodios, quienes previamente le preparan un altar ricamente adornado, en donde podrá ser visitado por la gente, de ahí que para celebrar este acontecimiento se invita a los concurrentes a una “tamaliza”: comida consistente en tamales y atole que recuerda la tradición de un pueblo que creció cultivando el maíz.

El compadrazgo, padrinazgo o mayordomía que se adquiere al arrullar al niño el 25 de diciembre o por haber encontrado el 6 de enero al niño o «muñequito» al momento de partir la Rosca de Reyes, forma parte de la religiosidad popular que se agregó al festejo.

También ese día, en algunas poblaciones, se hace el cambio de mayordomía, acción que se acompaña con música y la quema de cohetes, y se bendicen las mazorcas que servirán de semillas para la próxima temporada de siembra.

Algunos historiadores señalan que esta fiesta coincide con la llamada Solemnidad de Izcally y Xilomaniztli, desarrollada a la mitad del 18º y último mes del año Izcally, dedicada a Tláloc (Dios de la lluvia, de las aguas y truenos, rayos y relámpagos) y a su hermana Chalchiuhtlicue (diosa del agua viva), en la cual se realizaban sacrificios de niños y se comía tamales en todos los pueblos y la gente se convidaba unos a otros. Sincretismo que todavía se observa en varias comunidades indígenas.

De acuerdo con las costumbres, sobre todo de la población rural e indígena, durante la presentación, “el niño” puede portar diversos atuendos, según el número de años en que se le haya vestido, o bien, de acuerdo a la preferencia de quien lo lleva al altar, siendo más de 30 vestuarios diferentes los existentes en el mercado, incluso últimamente han surgido otros como el del “niño huachicolero” que muchos opinan desvirtúa la tradición y ofende la devoción de los creyentes.

Entre los ropajes más solicitados se encuentran el del Santo Niño de Atocha (con sandalias y báculo); el del Niño de las Palomas (con ropón blanco y una paloma entre sus manos); el de San Francisco de Asís (con habito café, abrazando a un animalito); el del niño de las azucenas (con túnica blanca y entre sus manos una vara de azucena); el del Niño Bebé (con mameluco y gorro blanco); el del Niño de la Abundancia (con su cofre, símbolo de riquezas materiales y espirituales); el del Santo Niño de la Salud o Niño Doctor de los Enfermos (con todo y botiquín); el de San Martín de Porres (con túnica de fraile); el del Niño de la Vid; el de San Judas Tadeo, el del Sagrado Corazón de Jesús, el de Ángel de la Guarda; el de San Juan Diego, el de Papa y el de Arcángel, entre otros.

En algunos casos los padrinos optan por vestirlo de color blanco, si es el primer año; de rosa, si es el segundo o de azul, si es el tercero. Una vez ataviado, los padrinos lo colocan en una silla, moisés o canasta con flores y, junto con los dueños de la casa donde se partió la rosca el 6 de enero, lo llevan a la iglesia para que en una misa solemne se le dé la bendición.

Posteriormente, se retorna al domicilio de los compadres para festejar, ya sea nada más con tamales y atole o con alguna comida especial si es que así lo determina el padrino, que es el que tendrá que solventar todos los gastos que de ahí se desprendan.

En cuanto a las candelas o velas se sabe que las familias acudían al templo a ofrendar un cordero y una paloma, elementos que en la tradición evangelizadora se transforman en velas o cirios y se usarán en caso de peligro o para interceder por favores ante los santos.

En la actualidad, este día se llevan a bendecir las velas que, por cierto, no son de uso común sino meramente religioso y se dice que la blanca se emplea en ceremonias que acompañan las procesiones del 2 de febrero y las de Semana Santa, mientras que la amarilla es para los funerales y se utiliza para iluminar durante la extremaunción a los moribundos o para que el alma de algún difunto tenga una luz que lo guíe en su camino al más allá.

Ambas, según las creencias, sirven para proteger de enfermedades o fenómenos naturales (como granizo o tormentas) a la familia, a los rebaños y a los animales de labranza, así como para ahuyentar a los malos espíritus.

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