Para una persona irse de espalda mojada al otro lado puede significar la aventura más traumática en la que se juega todo a cara o cruz: unos llegan a su meta más preciada, sin embargo, otros se quedan en el camino y algunos inclusive pierden la vida.

La narrativa de este viaje hacia la incertidumbre muchas veces de película de terror ha sido plasmada desde hace años en documentales de investigación realizados por varios medios de comunicación.

Aportan esa crueldad (intuida por todos) que los inmigrantes sufren de forma despiadada en ese largo viaje de pesadilla: siempre me he preguntado cuán desesperados deben estar para un día tomar aire y levantar la valija de la valentía, la única que tienen a su alcance, y decidir su suerte, a cara o cruz, con el destino.

Si llegan tendrán una escasa probabilidad de regularizarse, de evitar mafias que los explotarán per saecula saeculorum antes de volver a caer en la policía estadounidense que los deportará a mansalva sin tocarse el corazón… tengan o no años de residir allí; tengan o no finalmente trabajo legal; tengan o no hasta familia para los que andado el tiempo se casan y crean una familia.

Los que no cumplen su objetivo y peor aún no vuelven jamás a sus lugares de origen evaneciéndose como si fuesen una nube de vapor, pasan a ser fantasmas para las estadísticas; así como para sus padres, sus hermanos, para la gente que dejaron atrás con su desgarradora ausencia.

No están siendo tiempos fáciles para los migrantes de ninguna parte del mundo, para llegar a Europa los que salen desde África hacen rutas de la muerte por desiertos, zonas de guerra, luego en cayucos dirigidos por traficantes de personas que pinchan en medio del mar arriesgando la vida de mujeres, niños y de muchos jóvenes que no saben nadar.

Y la Europa humanitaria los recibe metiéndolos en centros de detención, los que logran escapar caen en manos de otras mafias que los explotan sexual y laboralmente; amenazándolos reiteradamente con regresarlos a su otra peor parcela del averno de la que lograron escapar.

¡Qué mundo tan devastador! No somos capaces de conmiserarnos por el drama de cientos de miles de personas, mientras no nos llegue a nosotros mismos el agua al cuello…

En América, ese viaje inhumano, primordialmente el que parte desde Centroamérica en busca de cruzar hacia Estados Unidos vía México, ha sido relatado por el alicantino Kike Domínguez en su libro “El viaje de los mojados”, editorial Caligrama.

Hace unos días tuve la grata experiencia de presentarle su novela en Marbella, España ante un auditorio ávido por conocer los avatares de los inmigrantes en tierras centroamericanas.

La novela de Domínguez es cruda pero muy realista, partiendo de que fue escrita en un amplio sentido periodístico por alguien que no tiene nada que ver con los medios de comunicación.

Y que tiene además una gran aportación del autor a partir de sus propias vivencias en un viaje a la capital de Honduras en el que participó en un centro de acogida y de ayuda humanitaria prohijado por hermanos maristas.

A COLACIÓN

A Domínguez, que auxiliaba a cientos de menores abandonados a su suerte por sus padres o madres, que decidían emigrar hacia Estados Unidos le empezó a carcomer la duda de porqué razón pasaban largos meses o años sin noticia alguna de las personas que se había marchado… ni una llamada, ni una carta, ningún telegrama. Simplemente nada.

No era un caso aislado sino montones y montones, y así Domínguez comenzó a preguntar, a indagar encontrando lo que ha sido la telaraña que todos sabemos de corrupción entretejida entre mafiosos que se nutren del trasiego de los inmigrantes, policías y autoridades locales y transnacionales.

Porque la corrupción llega hasta la Unión Americana, el autor del libro que por supuesto recomiendo además del tráfico de órganos denuncia en su novela una política de exterminio. Como si fuera Auschwitz, simplemente crímenes de lesa humanidad.

Directora de Conexión Hispanoamérica, economista experta en periodismo económico y escritora de temas internacionales

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