La violencia que ha servido tristemente como materia prima para las artes ha tomado una fuerza terrible en las redes sociales. El arte recrea de manera estética, bella y sublime aspectos sociales que burbujean y estallan, en la calle, en la combi, en los hogares. Hoy aparecen poemas firmados con la sangre y el dolor ajeno, el mismo que todos llevamos a cuestas.

Qué extrañeza provoca el ver a la gente divertirse ante el espectáculo encarnizado que se vive en el país, tomando sus celulares, buscando el mejor ángulo, empujando para ser primera línea de la función que ofrece la gente harta, desesperada, indignada, ávida de justicia, de esa, que les han contado que existe pero que nadie conoce.

Es verdad que hay que pensar en las causas que orillan a los pobres desgraciados que están cayendo a manos de una muchedumbre desconsolada, confundida, perpleja, que poco entiende las causas que provocan su miseria, el hambre, la enfermedad y la muerte que les aqueja, para únicamente absorber y gargajear frases de odio que el presidente no deja de escupir. Pero no hay razón alguna para justificar el aborrecimiento por el otro, para molerlo a palos, romperle el cráneo, acabarlo a patadas, agredirlo sexualmente y denigrarlo a poco menos que una bestia. Nada de lo que está sucediendo disminuye la maldad de esos agentes de crueldad.

La sociedad está enferma, nos ha carcomido un cáncer que explota y se expande. ¿Estaremos destinados a morir tras una lenta agonía que hace que nos devoremos y aniquilemos el uno al otro amparados por la causa natural de sobrevivencia humana? El abandono, que poco a poco se nos ha insertado, envuelto por una capa superficial y casi intangible como es la protección del Estado, nos hace reaccionar de manera brutal para protegernos de quien el Estado debería hacerlo y nos hace sentir que el enemigo a vencer es precisamente el poder público. Nuestro máximo protector se encuentra devastado, también se enfermó. Lo infectó la corrupción, el narcotráfico, el crimen organizado y para sobrevivir contagia al de junto, al de enfrente. Tiene que mantener el poder, las canonjías, los bloques, el Congreso, los tribunales y la presidencia, contagia instituciones y las derrite entre sus caprichos hasta llegar a la sociedad quien da cuenta de su dolor y lo manifiesta de manera horripilante.

Los delincuentes ocupan cargos públicos impunemente, se acorazan para ser intocables, pareciera ser que son invencibles. Las autoridades emergen de las profundidades de la base social, legitimados por la fuerza y la violencia, la sangre, el terror, el descontrol. La víctima se convierte en delincuente al denunciar y ser perseguido, al victimario le llueven ofertas millonarias para resarcir el daño que le fue causado, derivado del que causó pero que la ley asegura le asiste, la misma ley que se difumina camaleónicamente de acuerdo al fin que se persiga, olvidando la esencia de su obligatoriedad y beneficio común. El empresario, ese como usted o como yo, se ha vuelto empleado de los pocos clientes que le quedan, teniendo que sostener la pesada maquinaria de pagos y servicios básicos de subsistencia como agua y luz, para quienes no hay subsidios, pero sí exigencia en el pago de impuestos.

Ya decía el magnífico Cervantes en voz del Quijote cuando le afirmó a Sancho: “Compruebo con pesar, como los palacios son ocupados por gañanes y las chozas por sabios” Y en una segunda parte remata la frase diciendo: “Nunca fui defensor de los reyes, pero peores son los que engañan al pueblo con trucos y mentiras, prometiendo lo que saben que nunca les darán. País este, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas, pensando que el oro del rey será repartido entre el pueblo, sin saber que los piratas solo reparten entre piratas”.

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