El Diccionario de la Real Academia Española define al absurdo como contrario y opuesto a la razón, que no tiene sentido; extravagante, irregular; chocante, contradictorio; dicho o hecho irracional, arbitrario o disparatado. Como se aprecia, la coincidencia se basa en que el absurdo es lo opuesto a lo racional. Cuando lo reflexionamos desde una vertiente filosófica nos damos cuenta de que ese enfoque trata de “dar sentido” al sinsentido, a lo que nos confronta al salirse del marco de explicación racional que tenemos establecido.
Podemos recurrir al misticismo para tratar de explicar los fenómenos que se dan en el absurdo de la vida. Aspectos que son ajenos a nuestra voluntad pero que impactan de una manera irreversible y que muchas veces están desprovistos de razón. Los accidentes, las enfermedades inexplicables, las consecuencias que no generamos pero que padecemos son escenarios en los cuales la razón nos queda a deber insumos para poder entender esas situaciones.
En la literatura, autores como Albert Camus, Frank Kafka y principalmente Samuel Beckett, nos llevan a través de relatos e historias que en plena sintonía con la definición del RAE nos parecen disparatadas. Ese ejercicio original y reaccionario de un género de proyección de la realidad que no está hecho para todas las personas (difícilmente son best seller, aunque en el tiempo logran tener un amplio número de adeptos), esa tesitura “chocante” no es cómoda para los lectores. El estado anímico también se impacta con ese sinsentido. De suyo es un contenido hecho en la pluralidad de adeptos para un sector no mayoritario, pero que finalmente también es necesario en esa incomodidad que propicia el salir de los lugares comunes.
Hay que recordar que la forma de pensamiento occidentalizada que tenemos en Latinoamérica proviene de la lógica aristotélica (sujeto, verbo, predicado; verdad y falsedad; correcto o incorrecto) que se transmitió desde la época grecolatina, la edad media, el renacimiento, a la colonización; otras formas de pensamientos que son holísticos como los prehispánicos (que llegaron a significar la nada con el símbolo del cero, complejidad que no lograron decodificar en distintas civilizaciones contemporáneas) o que nos parecieran distantes, como la concepción de oriente que estructura su pensamiento de formas divergentes a las que nos es afín.
De igual manera, reflexionar sobre el absurdo es una forma de validación de las razones que esgrimimos al dotar de sentido a las situaciones que se presentan en el cotidiano. Es importante que propiciemos la revisión constante de los argumentos que se plantean para explicar, o incluso, para justificar la toma de decisiones o el por qué actuamos, reconocemos o actuamos de determinada forma ante ciertos escenarios.
Al realizar esa validación constante apreciamos en la historia de la humanidad como muta, se revaloran o incluso rechazan conductas que en otro contexto tenían niveles de tolerancia o normalidad que actualmente serían impensables, por ejemplo, el tema de la esclavitud. Así el absurdo no es un concepto inmutable.
Un aspecto importante de hacer el reconocimiento del absurdo como parte de nuestra cotidianidad es que nos permite la flexibilidad, la comprensión, la tolerancia y la resiliencia. Como construcción humana, la forma de pensamiento tiene sus limitaciones y necesidad de actualización que favorece el reconocer los nuevos retos o cambiar la reacción ante escenarios que antes se asumían de determinada manera.
Como forma de vida, el absurdo lejos de ser una palabra incómoda se convierte en una oportunidad de salirnos del statu quo de las apreciaciones o razones que son así porque así se viene dando en el tiempo. El absurdo es una oportunidad de cambio y validación.
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