El ensimismamiento como el estado en el que una persona se abstrae o concentra en sí mismo. Así en ese estado no se da cuenta del entorno, se centra uno en sus pensamientos, en el ámbito más característico de la intimidad.

A través del ensimismamiento entablamos un diálogo entre el yo y el mí mismo. Esa dualidad de una sola persona que desde una visión ontológica (estudio del ser), nos hace consientes de nosotros mismos. Es ser, no solo estar en la vida que tenemos.

Lograr centrarse, abstraerse y salir del entorno para enfocarnos a nuestro fuero interno no es cosa fácil. Si bien el abstraerse permite la concentración, como seres humanos no siempre es placentero entrar a ese espacio en donde estamos solos frente al espejo. Ahí no hay apariencias, ni exteriorización de la idea a través del lenguaje. Estamos solo nosotros en esa proyección interna que nos identifica y que construimos emocionalmente.

Darse el espacio del ensimismamiento debe convertirse en una práctica de salud mental, más frente a entornos hostiles que nos dañan. Se puede decir que es una forma de evasión, lograr en un ambiente indeseado entrar a nuestra mente y refugiarnos en el pensamiento o el recuerdo de sensaciones agradables. En la segunda guerra mundial, las personas que tenían la esperanza de reencontrarse con sus familiares lograron sortear las penurias de esos espacios de vejación y exterminio; en cambio, quienes tenían la certeza de que los suyos ya no estaban, difícilmente lograron sobrevivir mucho tiempo. Así, podemos ver la fuerza de los lazos y la forma en que nutre el recuerdo a las personas que recurren a él como bálsamo aún en las peores circunstancias.

La otra forma de lograr el ensimismamiento es propiciar un entorno de soledad y silencio. Estos espacios son cada día más difíciles de conseguir. De entrada, lo primero que se debe dejar fuera son las tecnologías de información y comunicación. Ahora que la pandemia nos obliga a estar confinados, de ninguna manera nos aísla del intercambio; se cuenta con entretenimiento a través de películas, series, videojuegos; información de todo tipo, desde la académica, los videos de un sinnúmero de actividades para practicar yoga, cocinar, e incluso meditar con alguna sesión guiada. Más importante aún es la vía de conexión de videollamada en donde no sólo escuchamos, sino sobre todo vemos la imagen del ser querido, con lo cual podemos apreciar su estado físico y anímico. Queda evidenciada la facilidad con la que, aun estando físicamente solos, realmente no es así, al estar en intercambio constante de recepción de información y emisión de mensajes con otras personas y el entorno regional y global.

Por ello la posibilidad de darse el espacio para el ensimismamiento es un privilegio que nos permite reflexionar sobre quienes somos, lo que nos preocupa, lo que nos atrae, lo que reprobamos; e incluso lo que nos avergüenza y queremos cambiar. Solo así, viendo al interior es que podemos mejorar como personas; la base del psicoanálisis es acompañar ese proceso cuando tememos perdernos en nuestro propio bosque.

Hacerlo de manera consiente es una fortaleza a la cual nadie puede entrar y solo puede saber si uno mismo decide comunicar su sentir o pensar. Con los avances tecnológicos y científicos, un temor fundado es que se pueda asaltar este espacio vital y saber de nuestras emociones y proceso mentales aún sin nuestro consentimiento. La ética debe ser siempre el eje que limite las acciones que pretenda cruzar los límites, que también deberán ser atendidos en sus consecuencias por el derecho.

Tenernos miedo puede ser una barrera que impida el darnos esa oportunidad de conocernos mejor, de reconocernos y valorarnos tal cual somos; de confrontarnos para cambiar y aceptar aquello que nos perturba o daña. Demos ese paso como actitud cotidiana de calidad de vida.

Twitter @TPDI

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