Medios de comunicación, universidades, sindicatos, gobiernos, empresas y hasta en familia, siempre hay un personaje que se distingue por llevar la rienda y ser a quien se le sigue; que se le respeta por ser empático, motivador e impulsor de mejoras constantes. Todos conocemos a alguien con esas características, pero lamentablemente también sabemos de otros y otras que de plano, se pierden y marean en la inmensa altura que les representa su ego, montado en un ladrillo rojo (porque los blancos son más altos).

Para ser un líder es necesario mantener un impecable sentido de la responsabilidad, disciplina y orden, no obstante que estos valores enmarcan solo una demostración de las capacidades que se pueden tener para el desempeño de funciones operativas, que sin duda marcan beneficios para la organización de trabajo, pues a la vista de todos los que la integran, quien está al frente sabe lo que hace y «lo hace bien». Aunque un verdadero líder debe caracterizarse porque respeta, es tolerante, comprende, escucha; pero sobre todo y lo que más se admira es su sentido de humildad.

Sí esa, la tan ya olvidada humildad, que es una virtud moral contraria a la soberbia; un valor que posee el ser humano para reconocer sus habilidades, cualidades y capacidades, sabiendo aprovecharlas para el bien de los demás, pero sin andarlo pregonando porque esto provocaría animadversión y molestia en quienes están bajo las indicaciones del supuesto líder, pues no se trata de presumir e imponer, sino de compartir el conocimiento, saber escuchar, conocer al equipo, así como reconocer sus logros y algo fundamental es que el representante de las causas institucionales, jefe, cabecilla, defensor o como se le quiera nombrar por sinónimo, aplique inteligencia emocional y sepa liderarse a sí mismo. ¡Que se gobierne pues!

Pero en la realidad es difícil que existan personas tan competitivas y que sepan mantener un proceso de aprendizaje continuo que los convierta en personas con fortalezas, reconocimiento y el respeto de quienes conforman su equipo, pues se trata de avanzar con ellos, no de ver cómo aprovechar las situaciones y a las personas para obtener ventajas personales, políticas, económicas o sociales.

El líder que se precie de ser un verdadero ejemplo a seguir dentro de la organización tiene que evitar en todo momento los conflictos entre los miembros del mismo, pero más aún, deberá estar muy atento a lo que suceda en su rededor para adelantarse a los problemas, sin esperar que se presenten, le exploten o constituyan algún riesgo; mucho menos deberá pensar o buscar generar situaciones adversas solo para infundir miedo, represión y ganar un respeto que no ha sabido construir.

Cualquier organización está conformada por personas que, si bien trabajan por alcanzar metas y cumplir objetivos conjuntos, también buscan satisfacer sus propios deseos y necesidades, aspectos que el líder debe comprender, diferenciar, observar y aprender no solo a respetar, sino a identificar en cada uno de sus colaboradores, para saber cómo impulsar y motivar en la medida de las posibilidades que se logren obtener.

Hoy en día hay quienes se sienten líderes, pero no saben que, en su búsqueda por mantener una posición de jerarquía, cometen errores graves como intimidar o abusar del poder que solo le confiere su organización, misma que sufre conflicto e inestabilidad, haciendo que la figura del “guía operativo” acabe siendo un remedo de personalidad que dejo hace mucho de ser respetada y por supuesto que se le habrá de recordar por sus acciones más negativas, abusivas y absurdamente egoístas. Así que si se es líder, hay que actuar en consecuencia y no olvidar que todo es tan cíclico, como aquello que llaman “Karma”.

Nos escuchamos la próxima, en tanto tenga usted, ¡muy buen día!

Facebook: Omar Espinosa Herrera

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