Muchos conocimos a Enrique; la mayoría a través del televisor, hacia los años 90.
Y ahora que se ha ido, la reflexión me acomete.
No tiene mucho que compartimos, en una de nuestras reuniones extra-anuales: un bar del Circuito Juan Pablo II, en mayo de 2019. Fuimos unos 20 ex televisos, como nos hemos dado en llamar aquellos que trabajamos en Televisa-Puebla desde los años 80, antes Canal 3 y antes Súper3 y más antes TV3 y todavía más allá, Telever.
Escuchamos música, bebimos cerveza, tequila, vino y ron en esa noche en la que terminamos, cuando ya casi se habían retirado todos, Maricruz, Graces, Nacho Naredo y su esposa, Enrique Limón y su señora en la terraza del lugar, platicando, recordando –porque a qué se va a las reuniones de ex, si no a rememorar los tiempos idos que nos hicieron sentarnos juntos ahora.
Mientras él se esforzaba por ser alegre, dicharachero y por mantener el centro de una plática que avanzaba cobijada por el frío y las risas, yo lo miraba envuelto en su humanidad herida; a principios de 2018 había estado hospitalizado y sus padecimientos lo aquejaban. Afortunadamente salió en pie de aquél cuadro de gravedad y pudo reincorporarse a la actividad que lo tenía ocupado en su programa Un ratón con Limón.
Mientras bromeaba y sus ojos verdes se humedecían, yo veía su piel, sus manos atacadas por la artritis, su rostro que mostraba ya arrugas evidentes y pensaba que para Enrique no habría sido fácil llegar hasta ahí, pero el amor que le prodigaba su señora esposa, quien se desvivía por atenderlo, al parecer era lo que le permitía estar en pie.
Inevitablemente el tiempo se regresó y recordé cuando él vivía a un lado del Sindicato, frente a La Constancia; cuando compartíamos el foro de Canal 3, él con su programa El Club de la Buena Suerte y la formidable terna que lograra con Germán Ortega “El Arlekas” y Ernesto Prior “El Gurú”.
Sus llegadas tarde al programa, en las que hubo veces en que no le permitieron entrar, como consecuencia de sus retrasos y buscando darle un escarmiento; los logros que el Club consiguió a través de su comercialización; el gusto del público que se formaba para tener un lugar en las gradas del estudio; los años y años que permaneció haciendo reír a veces con bromas y comentarios insulsos, pero siempre cargados de autenticidad; la improvisación que en ocasiones hacía con El Arlequín en el baño, armando sus sketches cinco minutos antes de entrar; la tristeza y el derrumbe emocional que le vino a Enrique cuando terminó el programa.
Mientras bebíamos entre bromas en la terraza del bar, miraba a Enrique y comprendía que la vida es un regalo que tiene caducidad; hemos perdido más de una docena de ex compañeros de la televisora: jóvenes y viejos, hombres y mujeres.
Algunos trabajamos en ella por más de dos décadas; otros se hicieron profesionales ahí; otros más continúan laborando en Zacatlán 42, La Paz.
Enrique fue asesor comercial en el departamento de ventas de Canal 3, fue conductor y un gran amigo de todos; poco mostró un carácter hosco o rebelde; por el contrario, siempre trató de ver la vida con ánimo y alegría y eso inyectaba al que platicara con él.
Las personas somos efímeras, tenemos un ciclo que concluye cuando debe terminar; somos lo que hacemos, lo que hablamos, lo que conseguimos con nuestras acciones y nuestro andar y decir; el día que nos vamos en el cuerpo, se queda lo otro: aquello que fuimos capaces de sembrar en los demás a nuestro paso por el mundo.
Es claro para la comunidad que hicimos los ex televisos, que la tristeza por la partida de Enrique es grande y la compartimos entre todos porque fuimos ingredientes de un exquisito preparado llamado Televisa-Puebla.
F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG