(Parte 1)

El próximo año México vivirá un proceso electoral histórico. No habrá un solo Estado de la República que no se vea involucrado en la elección de aquellos ciudadanos que aspiren a un cargo de elección popular.

Se dice que del resultado de los próximos comicios dependerá el rumbo y por ende, el futuro del país, pero esta cantaleta la hemos escuchado siempre y es una constante apostarle al siguiente periodo gubernamental, al siguiente actor y al próximo año, así que eso no es lo que preocupa, afortunadamente aún tenemos la esperanza de ver los indicadores de nuestro México a la alza, lo que nos pone en alarma es la forma en que llegaremos.

México se dio a la tarea de incursionar en una incipiente democracia después de los levantamientos y revueltas que sufrió desde que logró su independencia y que vimos recrudecerse durante el siglo XIX, tiempo en el que era necesario comenzar a forjar una identidad propia haciendo de lado los rasgos indígenas y coloniales. Ni Tenochtitlán ni la Nueva España tendrían ya cabida en este nuevo episodio, aunque ambos lo hubiesen forjado. En este siglo se levantaba un nuevo México que brotaba de la sangre de luchas intestinas, levantamientos, planes y tratados, dos invasiones extranjeras (la francesa y la norteamericana) y una guerra civil que terminó con el triunfo de los liberales y el gobierno de Juárez.

Con Porfirio Díaz se restableció la paz, pero no hubo democracia. Díaz tomó la presidencia a través del último golpe militar del siglo XIX para quedarse con el poder 31 años. Durante su mandato el país progresó en ciencia, industria, comercio y cacicazgos. El termómetro social aumentaba la temperatura, síntoma que demostraba su profunda inconformidad hasta estallar en la Revolución Mexicana y permanecer latente hasta nuestros días, Octavio Paz lo detalla estupendamente al decir: «Villa cabalga todavía en el Norte en canciones y corridos; Zapata muere en cada feria popular; Madero se asoma a los balcones agitando la bandera nacional; Carranza y Obregón viajan aún en aquellos trenes revolucionarios en un ir y venir por todo el país alborotando los gallineros femeninos y arrancando a los jóvenes de la casa paterna. Todos los siguen, ¿a dónde? Nadie lo sabe…”

Después del asesinato de Madero ocuparon la silla presidencial más de 10 personajes entre planes y manifiestos, crímenes y arrebatos por el poder. Es en la Constitución de 1917 en donde nace la Junta Empadronadora, las Juntas Computadoras Locales y los Colegios Electorales como organismos encargados de organizar y calificar los procesos para elegir al Presidente de la República y los miembros del Congreso de la Unión. México juguetea con la semilla de la democracia.

Durante el período histórico conocido como “Maximato” (1928-1934) nace el Partido Nacional Revolucionario (PNR) hoy PRI, quien gobierna en el relativismo absoluto y de manera continua por 71 años. Casi 30 años después de su fundación se crea la Comisión Federal Electoral (1958) organismo que dependía directamente de la Secretaría de Gobernación teniendo como función principal la de gestionar y controlar los procesos electorales del país, de los diputados y senadores que integran el Congreso de la Unión, pero desapareció después de la famosa “caída del sistema” en 1988, siendo Manuel Bartlett secretario de gobernación. Entonces, se le otorgó el triunfo a Carlos Salinas sobre Manuel Clouthier y Cuauhtémoc Cárdenas, de esta forma nace el Instituto Federal Electoral garantizando una total autonomía, participación ciudadana y neutralidad política. Enrique Peña Nieto, logra que el IFE se transforme en INE y con ello, extender su rango de actuación, lo que lo hace más apetecible para nutrir los intereses del sistema. Legal y teóricamente al Instituto Nacional Electoral nadie lo gobierna y quienes lo controlan emanan de una ciudadanía participativa, la defensa en su neutral funcionamiento debería ser la preocupación primordial de todos los mexicanos.

Los buenos ciudadanos gestan buenos gobiernos, defendamos lo que tanto nos ha costado construir como nación y asumamos la parte de responsabilidad que nos corresponde a cada uno.

Saludos.

Dra. Ana Luisa Oropeza Barbosa

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