Lupita se llama la anterior administradora del fraccionamiento; uno que queda por Angelópolis, en Puebla.

Se quedó con la administración unos diez años; se apoltronó en el lugar de poder; mandó a sus hijos al Tec de Monterrey y consiguió tener una vida holgada durante todo ese tiempo.

Eran unas setenta casas las que cooperaban mes con mes con sus cuotas que le daban a la señora la tranquilidad financiera… hasta que algunos malpensados se dedicaron a indagar y descubrieron los manejos que hacía de la caja.

No fue fácil arrebatarle el puesto, pues esta gente que consigue cierto poder, sabe defenderse: con mañas, mentiras y esgrimiendo una postura altanera y retadora enfrentan cualquier amenaza que se cierne sobre sus intereses.

Como los políticos, igualito.

Del otro lado, allá en Cholula, Don Anselmo se agarró de la presidencia del fraccionamiento durante nueve años en los que nadie pudo moverlo, es más, ni siquiera atreverse a cuestionarlo, a preguntarle, a pedirle cuentas; sus modos soberbios, misóginos y retadores, impedían siquiera acercarse a él.

Y es que este tipo de personas, amantes del poder y la riqueza, tienen en común que el mundo acaba convirtiéndose en un instrumento para sus fines.

Recuerdo que Don Anselmo, hace unos años, mandó a poner las plumas de la entrada; las ingresó con notas arriba de los ochenta y cinco mil pesos y el día de hoy, a la hora de preguntar a varios distribuidores, las mentadas barreras no rebasan los veinticinco mil pesos. Y dígale usted algo…

Pasó lo mismo con la administradora del fraccionamiento de junto, que no quería soltar la caja; cuando finalmente se la arrebataron, no presentó notas de nada más que puros papeles llenados a mano en lo que había números como para engañar a un niño: el bacheo de la entrada, que los trabajadores del ayuntamiento de Cholula presupuestaron en diez mil pesos, ella lo metió por cien mil.

Estos casos son como árbol que da manzanas, así que ya por ahí anda un abogado especializándose en este tipo de manejos, donde el abuso de confianza es pan de todos los días; figúrese usted que en uno de esos conjuntos habitacionales fifís, el salario del jardinero está tasado en los libros, más arriba que el de un profesionista.

La vida en un fraccionamiento es el microcosmos de un país: todos ponen, todos cooperan para el bienestar común (en el conjunto habitacional con sus cuotas; en el país, con las contribuciones o impuestos) y quienes están a la cabeza para administrar esos recursos son los que deciden en qué se gasta y cómo.

El problema, tanto en la zona residencial como en la nación, si las manos que manejan el dinero no son limpias, la cosa no funciona como debería y tarde que temprano, la malversación de fondos aparece, porque “en arca abierta hasta el más justo peca”.

Un día llegó un hombre a la junta de uno de esos fraccionamientos de Cholula; se ostentó como dueño de uno de los terrenos y ofreció ochenta mil pesos al Presidente para “ponerse al corriente con las cuotas vencidas”; a Don Anselmo le brillaron los ojitos y ni tardo ni perezoso estiró la mano.

Alguien se acercó y le dijo: “él no es el dueño, ten cuidado con el dinero que recibes; yo conozco al dueño y él no es, ¿por qué no le pides que acredite la propiedad con documentos?”

–Yo me encargo, le dijo.

Pocos meses después, el dueño verdadero reclamó su propiedad y el Presidente se hizo escurridizo para no devolver el dinero.

–No te lo puedo devolver porque tú lo entregaste como pago de cuotas atrasadas.

Es decir: “lo caido, caido”.

Lo extraño es que esa cantidad nunca entró a los libros contables del fraccionamiento.

¿Qué le cuesta a los colonos exigir cuentas del uso de su dinero?

¿Qué le cuesta a los ciudadanos pedirle cuentas al gobierno de su administración?

La comodidad de los afectados da manga ancha a los abusados.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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