La mayoría de los analistas políticos han dado el triunfo a Trump en el primer debate por la presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica pues prácticamente manipuló, exacerbó, y llevó a las cuerdas tanto a Biden como a Wallace, quien fungió como moderador y que poco pudo hacer para encauzar la conducta prepotente y grosera de Trump a la que ya el mundo se acostumbró. No niegan que el que acaparó sin duda el encuentro lo hizo violando todas las reglas del juego.
Imagino que no fui la única que se mantuvo despierta cavilando ideas de lo que ofrecería ese debate. No es la primera vez tampoco en que puedo culpar de lo que sucede a las expectativas personales que colocamos en situaciones que no dependen de nosotros, pero estoy segura que ese primer encuentro público entre los dos principales contendientes a la presidencia de uno de los países más poderosos del mundo, teniendo acaparada la atención de millones de ciudadanos en este planeta, en menos de 10 minutos nos tenían asombrados, desilusionados y confundidos ante lo que se convirtió en un hervidero de insultos, empalmes de opinión y lo más grave de todo, la falta de respeto a las normas sobre las que se fincaron los lineamientos de ese debate.
Donald Trump, sabe que tiene que ganar la reelección o de lo contrario pasará los próximos años de su vida arañando la poca tranquilidad que le espera en su vejez y que todo ser humano desea conseguir, necesita tiempo suficiente para cubrir las sombras que le persiguen y sabe que en un descuido podrán devorarlo. Ese es su fin. Abro un paréntesis y pregunto: ¿Y el fin que persigue la Nación más aclamada y empoderada del mundo, dónde quedó? La Nación que escribió su historia sobre los principios de trabajo y unidad, mostrando cómo pueden convivir las diferentes etnias, luchando por construir y fortalecerse mutuamente y que hoy se ven devastadas. Casi 4 años de mandato de Trump para verlos tan divididos y odiarse con tanta fuerza. Lo que puede llegar a hacer un líder es incalculable, para bien o para mal.
Estados Unidos de Norteamérica siempre ha demostrado mano dura para no permitir que nada ni nadie pase por encima de la ley. Se trata de una Nación que se consolidó simplemente abriendo oportunidades de trabajo y regulando absolutamente todo para mantener “La ley y el orden”, todos sabemos el riesgo que corremos si se nos ocurre pasarnos un semáforo, colarnos en la fila de migración y ya no hablemos de realizar conductas criminales. Todo, absolutamente todo se encuentra regulado y el respeto a la norma es preponderante, no hay nada que hacer cuando la autoridad estadounidense da un manotazo en la mesa, tan solo queda asumir la sanción. ¿Qué le produce a usted, estimado lector, el haber visto que las normas, durante el debate, no sirvieron de nada? Pero, además, darnos cuenta que Trump las retó de frente, sin ningún reparo, asegurando ante toda la audiencia que no las acatará simplemente por su voluntad. Definitivamente la congruencia no aplica, ni en el discurso, ni en las acciones, esa distorsión enloquecida en el mensaje, aunque quepa la posibilidad de calificarla como estrategia definida no se ajustó a Derecho. ¿Se justifica entonces su inobservancia para haberse fortalecido en el debate? Dice un proverbio español: “Quien habla con argumentos no grita ni hace aspavientos” e insisto, que el señor Trump haga gala de su personalidad, educación y temperamento, no es el tema, tiene todo el derecho de expresarse en la forma que crea más conveniente, pero no tiene ningún derecho a destruir ni pasarse por alto un sistema jurídico, que como cualquier otro, vela por los intereses y el bien común de sus gobernados, sirve para regular conductas y mantener la paz social, elementos integradores y solemnes que deben estar presentes en cualquier sociedad civilizada.
La existencia de la norma es imperante, su observancia es obligatoria, se gesta con fines sociales de control y contención, sin ellas, o sin el debido respeto a las mismas, la convivencia humana sería francamente caótica, no habría forma de subsistencia, y si no, preguntémosle la opinión a nuestro presidente que ha dejado constancia de cómo les ha escupido también de frente.