*Por: Dra. Verónica Adriana Rosas Jiménez

A partir de los años ochenta, con el inicio de la imposición de políticas neoliberales en América Latina, la ciudad se convierte en un territorio ideal para el capital. Grandes empresas inmobiliarias sobre todo trasnacionales se han ido apropiando de terrenos periféricos, o de casas edificios y zonas céntricas que considera improductivas con el fin de revalorizarlas a través de diversos mecanismos. Márquez López (2020) en su artículo “El capital inmobiliario-financiero y la producción de la ciudad latinoamericana hoy” enuncia algunos de estos mecanismos: “la modificación del marco normativo financiero… la transformación de los inmuebles o fracciones de ellos en activos financieros representados en documentos bancarios y de valores, la llamada titularización o securitización (Parnreiter, 2018, pp. 441 y ss.; De Mattos, 2016) …[y] la multiplicación de fondos especializados, cotizados o no en la bolsa”.

Las consecuencias han sido ciertamente morfológicas (crecimiento desproporcional y caótico de las ciudades) y funcionales (seguridad, movilidad, servicios). Sin embargo, se está produciendo una consecuencia más profunda: la imposición de una forma de producir la vida misma y la sociedad centrada en la valorización. El capital globalizado neoliberal ha dado otro giro a la tuerca que nos aprieta para apoderarse de espacio con fines de acumulación y reproducción de sí mismo, y no para la creación libre, el goce y la vida. Parafraseando a Illich (2008), la forma neoliberal de crear ciudad, ha ido subsumiendo el arte diverso, comunitario y social de habitar, de amar, de soñar, de sufrir, de morir y de crear a la razón, no del orden, la limpieza, la seguridad y el decoro como dice Illich de la modernidad, sino de una imagen separada de lo real del orden, la limpieza, la seguridad y el decoro, que trabaja por la valorización. La tierra, espacio concreto de vida, va dejando de ser la base de la producción de la vida comunitaria para convertirse en un espacio individual, privado, cartesiano y homogéneo.

Con la implementación de las estrategias neoliberales, estos procesos se han acelerado y profundizado. Territorios que anteriormente habían sido despreciados por el capital, como las periferias y los barrios populares, se han convertido en espacios para la creación de nuevos nichos de mercado como centros turísticos, recreativos, ambientales o ecológicos, vías para circulación de mercancías y personas, centros de negocios y bancos, edificios gubernamentales y grandes fraccionamientos.

En realidad, la revalorización de estos espacios significa una trasformación territorial drástica gracias a los procesos violentos del despojo de tierras y espacios, y a todos los procesos que le siguen: desplazamiento y migración de los despojados, pérdida de recursos naturales para los habitantes, obligación de trabajar para los nuevos centros de acumulación por un salario mísero, extensión del despojo y la destrucción sobre todo de espacios públicos o comunitarios y la construcción de vías de comunicación (carreteras, puentes, viaductos, aeropuertos, etc.). Todo esto va diluyendo, rompiendo y matando, modos comunitarios de producción económica, cultural, social (tradiciones, costumbres, economías morales).

La ciudad, es decir, los que habitamos la ciudad, vamos perdiendo prácticas comunitarias que continuamente tejen relaciones sociales basadas en otros modos de vivir ligados a la autogestión y la autodeterminación. En los barrios populares y las colonias periféricas, por años alejados de los beneficios del progreso, del desarrollo y del sistema de bienestar, la gente ha construido modos comunitarios de producir la vida basados en la ayuda mutua, la cooperación y la reciprocidad, así como en la construcción colectiva del hábitat y el emprendimiento productivo. Ha sido en los barrios populares y colonias periféricas donde se han construido, por necesidad y por rebeldía, otros modos de vivir la ciudad y de producir la vida, que, si bien son antagónicos y contradictorios, también guardan modos de vivir más cercanos al buen vivir, a la vida digna y autodeterminada.

Por tanto, la lucha actual del capital inmobiliario en barrios populares y colonias periféricas nos empuja a una reproducción de vida, cada vez más acelerada e intensiva, centrada en el tiempo del reloj, en el control, la homogenización y el poder. Nos subsume en la producción de una forma de vivir con mayor y más profunda dependencia hacia el dinero, pero cada vez con menor probabilidad de obtenerlo y de conseguir los beneficios que brinda o de huir de sus consecuencias (Illich 2008). Por eso, defender el territorio en los barrios populares y las colonias periféricas es un asunto que nos atañe a todos.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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