Cuando iniciamos un programa de radio, las y los locutores tenemos expectativas, ilusión, nervios, sueños, ideas de crecimiento y la sensación de que en cada emisión se empieza nuevamente, porque no queremos pensar en el final, aunque sabemos que eso puede estar determinado por los intereses de la estación y en cualquier momento, ante cualquier error o por ser incómodos con nuestros comentarios, nos pueden decir adiós y sin más, dar por terminado el proyecto.

Pero la pasión, la voluntad y esa emoción de volver a salir al aire, nos hace cada ocasión dar un paso a la vez para hacer camino y dejar huella. Es una sensación que seguramente pueden describir los especialistas en cirugía cardiotorácica ante un corazón o pulmón colapsado que deben intervenir de inmediato; o esa adrenalina del corredor de Fórmula 1, que bajo estrés y presión acelera, toma curvas, analiza, hace estrategia, calcula y en fin, hacen (hacemos) lo que nos gusta y para lo que nos hemos preparado por mucho tiempo.

Así en la radio, en cada emisión se entrega el 100 por ciento, se hace producción que nunca, jamás se volverá a repetir (a menos que sea grabado en un Podcast), se comentan hechos que cada segundo cambian, se entretiene a una audiencia, siempre en busca de mejores contenidos, que cada vez es más exigente, que nos puede perdonar una mala voz, entrar tarde al aire, que les demos mal la hora o el clima,  pero no aceptan un comentario ofensivo, equivocado o que proyecte una actitud negativa, eso nunca.

Entonces las y los locutores no podemos quedarnos atrás, se hace fundamental mantener capacitación constante, entender los procesos disruptivos comunicacionales, conocer las limitaciones legales que tenemos ante nuestra actuación frente al micrófono, reconocer los límites a los que podemos llegar cuando entramos al aire.

Pero el logro de arrancar un programa o comenzarlo no está solo en eso, sino en mantenerse tanto en el gusto de nuestros escuchas, como en la constante de emoción por el proyecto radiofónico, respetando siempre los intereses de la empresa para la que trabajamos, los códigos éticos y profesionales enmarcados en leyes, la constitución y ese manual que nunca se escribe, pero que define a cada persona: las normas que se aprendieron desde la infancia y nos forjaron con una moral y principios que al tiempo, nos dan la oportunidad de expresar nuestras ideas ante un micrófono, siempre con responsabilidad, en congruencia y siendo coherentes con la persona que somos fuera de cabinas.

Las y los locutores tenemos muchas obligaciones, pero también derechos que debemos aprender para saberlos aplicar en el momento que así se requieran, sin embargo, no todos conocemos al respecto y nos pasamos la vida laboral sin hacer uso de lo que por ley nos corresponde o nos puede ayudar a mejorar nuestra actividad profesional.

Por ejemplo, los programas grabados, nuestra voz y todas las producciones auditivas que generamos pueden ser registrados haciendo uso de los que se conocen como «derechos conexos», mismos que se pueden consultar en la Ley Federal de Derechos de Autor, en su título Quinto, los artículos 115 al 122 y del 129 al 146 dónde se enmarcan las disposiciones que aplican para artistas, ejecutantes, productores de fonogramas, emisores y radiodifusores u organismos de radiodifusión.

Este fue el primer tema que a propósito se desarrolló en la primera emisión del programa «Puebla Locutores» y que cada martes, en punto de las 7 de la tarde transmitirá por sus redes sociales para ofrecer información que apoye la profesionalización de la locución y ofrezca a sus agremiados, la oportunidad de conocer más al respecto de los beneficios que se pueden tener, si nos mantenemos actualizados, capacitados y siempre en el marco de las leyes que nos garanticen el «derecho de hablar, con apego al derecho».

El problema de que no se utilicen estos derechos entre las y los locutores, radica, entre otras cosas, en el hecho de que tampoco hay profesionales de la voz reconocidos por las leyes, pues recordemos que desde febrero del 2016, se desapareció la obligación de hacer exámenes para obtener un certificado de locución y entonces cualquiera (literalmente) puede llamarse locutor solo por el hecho de que es contratado en cualquier estación de radio o televisión, donde lo que menos importa, es saber cuán capacitado o capacitada está el o la locutora, sino el cuánto es lo menos que se le puede pagar. Lamentablemente así es, las y los empresarios no buscan calidad, sino quien les «cueste menos».

Y por ahí también está el Sindicato de Trabajadores de la Radio en Puebla, dirigido por Sergio Pacheco, un ex operador de consola en radio, quién a decir de sus propios agremiados, es un individuo más preocupado por su crecimiento personal, que por los intereses de sus afiliados y menos por su capacitación, así que solo sirve para negociar (a conveniencia de las empresas radiofónicas), quien sí trabaja y quién no en la radio poblana.

Quejarse no sirve de nada, se trata de actuar y pedir a los poderes legislativo y ejecutivo que tengan la voluntad de regresar la obligación para que, quien quiera convertirse en locutor, narrador, conductor o cronista, deba acreditar los exámenes que así, en menosprecio de una profesión, retiraron para dar libertades que en nada ayudan a la democratización de los medios en México.

Nos escuchamos la próxima, en tanto tenga usted, ¡muy buen día!

Facebook: Omar Espinosa Herrera

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