Es peculiar el encontrar dos palabras con la misma raíz y con acepciones que nos llevan a estados anímicos diferentes. Ambas derivan del re cuore, que es volver a colocar en el corazón. Así, el rencor y el recordar nos llevan a tener presente el pasado, pero con efectos que pueden motivarnos y conmovernos o generar malestar e incluso enfermarnos.

El diccionario de la real academia nos define el rencor como el resentimiento (tener sentimiento, pesar o enojo por algo) arraigado y tenaz. Esta emoción no es gratuita, depende en nuestra historia de vida si se vivió maltrato, abuso de confianza, engaños y/o cualquier violencia (física o verbal). Lo que nos marca puede mantenernos en un estado de enojo constante, destaca que las mismas experiencias se asumen de diversas formas en función de la personalidad, punto de vista e importancia que le asigna quien las vive.

El rencor se puede somatizarse (lo psicológico se hace físico), lo inexplicable de ciertas enfermedades pueden devenir del rencor; esto no quiere decir que sean igual de dolorosas e incluso mortales de aquellas que se generan por otras causas. Es importante hacer conciencia de la fuerza de la mente y nuestras emociones que no solo nos puede aprisionar en una insoportable condición que no nos permite disfrutar nuestro presente, sino llevarnos a estados del cuerpo insondables.

Debemos trascender de las cuestiones que nos definen, es más común asirnos a ellas para justificar los errores actuales en vez de cambiar o reconocer lo que nos corresponde asumir con sus consecuencias. En las versiones positivas podemos encontrar personas que lejos de vivir el rencor, amargarse, dolerse o enojarse, hacen todo lo contrario; logran ser mejores personas de lo que se esperaría por sus experiencias y contextos. En lugar de actuar de forma determinista, asumen su destino y actúan de una manera diferente a la esperada. Muchas veces en la magnanimidad de perdonar a quienes les hicieron daño y no responder en el mismo sentido. A veces alejándose de esos ambientes y en otros incluso, respondiendo a lo que en reciprocidad no se esperaría.

Recordar es pasar a tener en la mente algo del pasado. Eso que se trae a la mente puede reforzar el rencor y alimentarlo para llevar la sensación a la ira. La vida como seres humanos es peculiar, estrictamente solo vivimos el presente, pero siempre tenemos latente el pasado y nos angustiamos o nos ponemos ansiosos al querer anticipar el futuro.

La mente también nos construye artificios, es común comentar un mismo episodio en familia y observar cómo cada uno recuerda algo diferente o le da mayor peso a alguna parte de la anécdota. Mucho de lo que se atiende en el psicoanálisis es confrontarnos con los recuerdos que nos agobian y aprender a mirarlos de otra manera. El pasado no lo podemos cambiar, pero si podemos entender de diversas maneras lo que sentimos en el hoy.

De igual manera, la perpetuidad de los ausentes se manifiesta en el recuerdo perene de su existencia. La mejor manera de honrarlos es destacando siempre sus virtudes (dicen que los muertos rara vez tienen mala reputación), lo que nos importa, a lo que le asignamos valor, siempre estará presente. En la mayoría de los casos no solo nos conmueve, nos conforta y ayuda a continuar con los objetivos que nos fijamos. La existencia es de por sí una esencia trágica, pareciera que nos gusta complicarnos nuestra vida y como diría Milan Kundera, padecemos “la insoportable levedad del ser”.

De nosotros depende la calidad de vida en los recuerdos que evocamos, cuáles son esas sensaciones que queremos traer al presente, de qué manera nos damos el tiempo de poner en nuestra mente esos episodios que nos recuerdan de dónde venimos para tener claro quiénes somos. Frases filosóficas siempre nos convocan a “llega a ser los que somos”. Esto es desvelar nuestra esencia, que ya está ahí, latente y en espera de ser reconocida.

Twitter @TPDI

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