Apareció en Facebook la publicación de un vehículo en venta; las fotos llamaron mi atención porque se trataba de un auto modelo 1999 con 80 mil kilómetros recorridos en un precio de $85,000.

Tenía factura de agencia, de una sola dueña, los interiores en excelente estado y su pintura original además de llantas nuevas.

Revisé las imágenes y me sorprendió el estado de conservación del Nissan Tsubame rojo, un coche tipo guayín que ya no suele vérsele por las calles.

Me atreví a comentar la publicación: “Está preciosa. ¿Dónde la tenía guardada? Vale eso y algo más”.

Mi comentario comenzó a recibir caritas sonrientes (me divierte), supongo que en tono de burla.

Mi curiosidad me llevó a echar un vistazo a los perfiles de los divertidos y me encontré con muchos jóvenes.

Reflexioné tratando de encontrar lo divertido de mi comentario hacia el vendedor del auto y comprendí que no todo es para todos: mi vecino puede tener el auto más horrible y a él puede que le parezca el más bello.

Agregué a mi comentario: “En unos años será un auto de colección. En gustos se rompen géneros; lo que para unos es una belleza, para otros es basura… y viceversa”.

Los me divierte continuaron sumándose y me di cuenta que hoy día, las cosas con las que no comulgamos, somos proclives a descalificarlas.

Me parece que la escena de una calle llena de autos antiguos en una película de época es por lo menos, excepcional y puede tocar fibras muy sensibles de ciertos espectadores.

Pero pareciera que hoy en día las nuevas generaciones no pueden ver más allá, y esto es literal, lo podemos notar cuando se publica un cartel de un evento con lugar, fecha y precios y los comentarios más recurrentes son: ¿precios?, ¿cuándo es?, ¿horario?

Pareciera que la vida hoy depende de señalar en función de nuestra apreciación, la opinión del otro.

Existe una premisa entre los mexicanos, la cual dicta que si es tuyo vale poco y si es mío cuesta mucho.

La cantidad de caritas me divierte me lleva a comprender el vacío humano que contienen los jóvenes de hoy.

Por supuesto continuaron los comentarios de burla hacia el vendedor del auto: “Esa Tsubame le falta en la colección de un famoso ánimo!”, “Te la cambio por mi casa, mi camioneta mi vieja y mi riñón”, “Te lo cambio por un Ferrari”, Ya ni hablemos de la triste redacción de los denostadores.

Pareciera que si no hablamos de un Ferrari o un Tesla —autos a los que seguramente todos los divertidos sólo puede acceder en sueños —, entonces no sabemos de autos.

Las cosas simples como esos vehículos viejos, testigos de una historia cargada de recuerdos y atmósferas, de música y encuentros, de vivencias y momentos clásicos, no significan nada para la juventud actual, y es de entenderse, nacieron y crecieron en un mundo hueco, sin un sentido de vida más que ser el target de una mercadotecnia voraz que va mermando su capacidad de apreciación y asombro, convirtiéndolos en una especie de zombis programados para vivir en línea.

Un mundo infeliz, que quienes transitamos aquellos años 60, 70 y 80, vemos con tristeza como se desmorona cada día, dejando a quienes vienen detrás, con un sólo argumento para discutir y polemizar: un me divierte.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

Dejar respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here