Para el estado de Puebla el número de feminicidios en el año 2020 contabilizó, según el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, 50 casos con corte a noviembre lo que posicionó a la entidad en el sexto lugar nacional con esta problemática, destacando que febrero y junio fueron los meses con más casos. Cabe mencionar que por parte de Observatorios Ciudadanos y Organizaciones No Gubernamentales (ONG) se registraron 93, 100 y hasta 108 feminicidios en territorio poblano. Algunos especialistas apuntan como factores de este incremento el aislamiento por la emergencia sanitaria, consumo de drogas y la impunidad.
Contemplaremos como factor predisponente la construcción familiar, ésta tiene lugar toda vez que inicia desde que el individuo nace, inicia con asignación de roles, creencias, ideas, religión, estilo de crianza, entre otros al interior del grupo en que ha nacido. Después vendrán los factores desencadenantes, aquellos donde interviene el entorno social, la familia extensa, el vecindario, la comunidad religiosa, la educación formal a que tendrá acceso, amigos, compañeros de infancia y adolescencia, en su vida adulta estará listo para crear su propio grupo familiar o de pertenencia en caso de no elegir formar una familia. Por último, consideraremos en esta descripción los factores desencadenantes que, según las ciencias psicológicas aplicadas al delito, son aquellos que propician el paso al acto criminal.
Si los factores predisponentes se construyen dando lugar a la confrontación violenta, el lenguaje agresivo como parte de la dinámica familiar estamos iniciando la vida con cierto grado de daño social aceptado, por ejemplo el maltrato animal que representa una forma muy obvia de normalizar el abuso pues estas especies generalmente son vulnerables ante nuestras agresiones; maltrato verbal entre hermanos que evidencia falta de organización familiar y la falta de respeto hacia los padres y viceversa, esto fortalece la ausencia de límites ante la autoridad. En cuanto a los elementos de género, las descalificaciones hacia mujeres de la familia, porque se dice que son hormonales, porque son menos fuertes, porque son emocionales; aun cuando creemos que vivimos en un matriarcado vemos claramente que una mujer dominante invariablemente privilegia el poder y no la igualdad en la crianza.
Los factores preparantes serán adquiridos en el entorno social, si este es un entorno de competencia sin reglas, sin honor ni lealtad, el éxito puede convertirse en un objetivo a lograr a cualquier costo; se resguardará la moral que no es otra cosa más que las reglas personales entendidas según cada grupo social, mientras que la ética es la forma de vida que resguarda los valores humanos perfectamente definidos. No así la moral, esta se expresa según las afinidades ideológicas de cada individuo, es moldeable a conveniencia.
Los factores desencadenantes son los que representan para la mente del individuo en particular una amenaza directa a su estilo de vida dictado por todos los anteriores. Una muestra de lo dañino que pueden llegar a ser y la potencia de la violencia en una ideología de crianza, son los feminicidios de Karla, Paulina, Irais y Gisela; poblanas víctimas de este delito, quienes se negaron a abortar y ante esta negativa fueron asesinadas, vemos claramente como prejuicios de clanes familiares acerca de una supuesta honorabilidad, la idea torcida de obstrucción a una trayectoria exitosa o la posible exposición de una infidelidad derivaron en su muerte. Si el individuo ya se formó violento y además encuentra los medios físicos, habilidades superiores de fuerza o lucha, armas, cómplices, vehículos, lugares donde aislar a la víctima, la tragedia se establece.
Todo lo anterior se articula en la sociedad a través del lenguaje escrito, hablado y simbólico, la forma en que hacemos vínculos. Cada uno de nosotros sabe qué tipo de padre, de hijo, hermano tiene. Seamos hombres o mujeres lo sabemos. Podemos evitarles la cárcel o la persecución de por vida si nos atrevemos a observarlos objetivamente y les ayudamos a tomar consciencia de su propia conducta nociva. Como un acto de verdadero amor familiar y por el bien de la sociedad.