Las redes sociales han venido a mostrarnos un espejo delante, por demás revelador.

Existe un nivel de conocimiento, se puede decir que general –o una falta de él –que produce en la gente un diálogo cuyo techo siempre acaba siendo el mismo: hasta cierta altura y de ahí no pasa.

Podemos hablar con la vecina, el carnicero, escuchar al chofer de la combi o a la mujer formada en la fila del supermercado y darnos cuenta que todos ellos mantienen un tipo de conversación estándar respecto a los temas de actualidad: política, salud, seguridad…

En las redes sucede exactamente lo mismo; pareciera que esta gente con la que hemos platicado personalmente se traslada a Facebook y reproduce la misma falta de conocimiento respecto a los temas a tratar.

Es como si corriera por la voz popular el mismo discurso que no suma ni resta, sino que mantiene un nivel bajo y monocorde en el que pareciera que existe una conciencia universal que no pasa de un cierto rango. Vamos como en punto muerto repitiendo lo que se nos ha enseñado.

–Hola ¿cómo han estado?

–Pues aquí cuidándonos mucho y encerrados, saliendo sólo para lo indispensable.

Es la respuesta de la mayoría de la gente con la que nos cruzamos.

–¿Y qué piensas del COVID?

–Yo creo que sí existe, porque he sabido de gente cercana que ha muerto de eso, pero también creo que es un asunto político para bajar la población y es que sí, ya somos muchos y nos estamos acabando el planeta. Se trata también de empobrecernos para que comamos de la mano del gobierno y tenernos controlados…

Es como si la línea del diálogo la dictaran las redes sociales y a su vez se reprodujera ahí, en el cerebro de todos para reforzar las ideas que deben permear en el grueso de la población.

¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo es que casi todos pensamos lo mismo?

Creo que abandonamos los libros, los periódicos críticos, los programas culturales y nos fue más fácil relacionarnos con el discurso facilón y envolvente de las redes sociales; ¿por dónde nos iban a atrapar, si no por el ego, por la necesidad de pertenencia, por nuestra tremenda necesidad de aceptación?

Caímos, como niños embelesados ante la presencia de un dulce exquisito y lleno de colores. Parecemos avatares de una gran Matrix que lo mueve todo, pero en lugar de haber salido de un juego de computadora, nos metieron a la computadora para jugar con nosotros.

Lamentablemente los niños y los jóvenes de hoy, que en el futuro serán los pobladores únicos de este mundo, serán quienes cosechen los aciertos y errores de este cambio manipulado y ciertamente forzado de la humanidad. Y tendrán qué vivir con ello.

Hemos dicho adiós a la vida como la conocimos hace 40 o 50 años, pero quienes tuvimos la oportunidad de disfrutarla, sabemos que esto que hoy sucede en el mundo, no es nada normal.

¿Quién jala los hilos de este planeta que migra hacia la Matrix? ¿Quién nos mueve como ratones de un gigantesco experimento?

De pocos años para acá nos hemos empeñado en tirar las religiones, las instituciones, la educación, las reglas, quizá esperando que el superhombre de Nietzsche haga acto de presencia. Y tampoco creo que esté mal; el problema es que vamos dando tumbos agarrados de unos pocos, quienes creen saber qué es lo correcto para todos.

Vivir lejos de las redes; tocar, oler, sentir, escuchar, gustar, será la forma más sana de evitar embrutecerse con la ola manipuladora y de esa manera negarse a entrar en el diálogo masivo que no es más que el balar de los borregos.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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