El ser humano es un zoon politikon, decía Aristóteles, lo que en su más simple traducción puede entenderse como un «animal político», El hombre por naturaleza tiende a construir y organizar sociedades para lograr el desarrollo, la defensa y la interacción de las relaciones humanas. El homo no puede vivir aislado, va en contra de nuestra naturaleza y por ende, luchamos por pertenecer y mantenernos vinculados a ellas.

Sin embargo, existen muchos ejemplos que nos llevan a admitir la fuerza de las Instituciones, como las del Estado o la Iglesia, en las que dan cuenta de la firmeza con que han actuado en contra de la propia natura humana para imponer los ideales que se traducen en orden, tal es el caso del matrimonio o el celibato. Imponer a la especie humana la prohibición de mantener lazos amorosos plagados de sensualidad y sexualidad con sus semejantes, viviendo dentro de los límites de esa institución, atenta contra la propia naturaleza. Biológicamente hablando, el ser humano pertenece a ese enorme universo de la especie animal que fue dotado para ser bígamo, lo que no sucede con los caballitos de mar o los pingüinos, por ejemplo. El celibato impuesto por la religión católica ha sido enormemente criticado al reprimir una necesidad natural e intrínseca del ser humano, múltiples estudios han demostrado el daño a la salud física y mental al no practicar las relaciones sexuales. Y sin embargo ¡se imponen!

La pandemia ha cobrado más de 2 millones de muertes a nivel mundial, las cifras han ido en aumento, todos los días México rompe su propio récord en una escalada a la que no se le ve fin. En contraste, aún existen países en el globo terráqueo que no han reportado casos del infame bicho y aunque permanecen en alerta, no bajan la guardia manteniendo reglas de seguridad sumamente estrictas, con las que no le preguntan a la gente si desean o no guardarse, colocarse cubrebocas o vacunarse, simplemente se toma una determinación y se impone el orden.

Es cierto, estimado lector, que hablamos de países con una densidad poblacional muy diferente a la mexicana. Tal es el caso de Palaos, una pequeña isla que cuenta con una población de apenas 18 mil personas, ubicados en Oceanía. O Corea del Norte que cuenta con más de 25 millones de habitantes, presumiendo enfáticamente encontrarse libre de Coronavirus. Palaos pudo controlar a su población cerrando sus fronteras y no permitiendo el ingreso de turistas; Corea del Norte, lo hizo imponiendo un régimen de acero, incluso, asesinando a aquellos que violaron cuarentenas. Dos realidades, dos países, dos culturas en completo contraste.

Los gobiernos del resto del planeta continúan luchando contra su población, o la población intentando sobrevivir bajo las directrices de sus gobiernos, en cualquiera de los dos casos, la línea es muy delgada cuando se trata de analizar, quién manda y quién obedece.

Hablando de la naturaleza del hombre, habrá que resaltar también el impulso incontenible por romper las reglas y rebasar los límites, gracias a ello la humanidad ha logrado grandes conquistas, pero de la misma forma, el ser humano también necesita una figura de autoridad que los señale claramente para proveer la seguridad y el respeto que sin duda desean. En efecto, estamos ante la fascinación de lo que somos, simplemente seres humanos.

Hoy, a un año del primer brote del virus, seguimos sin entender exactamente qué pasó. Muchos se aislaron por meses, dejando que la naturaleza de su ser se enfureciera, golpeando por el encierro, llorando con histeria y viendo cremar a sus muertos. Otros más siguieron su rutina sin mayor protección que un cubrebocas y en el mejor de los casos un gel antiviral en los bolsillos, colorean las calles todos los días y aún no los ha alcanzado el bicho. En Noruega murieron ancianos tras recibir la vacuna que prometía protección para algunos años más de vida.

No hay nada cierto, nada está escrito. ¿A quién se le antoja, estimado lector, declarar culpable?

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