¿Cómo iba a saber que el virus te arrebataría de mis brazos?

Coloco el VHS en la casetera para volver a mirarte, como todos los días: 3 veces durante cada jornada, como se hace con los sagrados alimentos de cuya energía depende nuestra vida.

Sonrío involuntariamente al verte sobre la arena blanca corriendo hacia mí; tu cabello ensortijado por el agua de sal lanza destellos de sol que la cámara captura.

Tus risas casi a gritos; tu voz invitándome a que nos revuelvan las olas.

Doy un sorbo a mi copa de vino y mi tristeza se vuelve líquida, hasta que detengo el video porque lo veo empañado.

La escena cambia y ahora cantas las mañanitas frente a tu pastel.

Quisiera que me dijeras cómo es mirarme desde el mundo de los muertos, consumiéndome en la nostalgia, en un diario revivirte a través de la pantalla.

Te veo ahí, con tu imagen, tu voz y tu latido. ¿Cómo es que permaneces intacta cuando tu alma y tu cuerpo se han ido, cuando ya no puedo olerte ni tocarte?

Son preguntas que me hago todos los días al poner los videos una y otra vez; entonces y sólo así consigo vivirte una vez más, aunque a medias, porque la frialdad de nuestra cama de siempre va perdiendo poco a poco el aroma que fuiste impregnando a lo largo de décadas.

Sirvo el desayuno, la comida y la cena con tu lugar ocupado por los mismos enseres de todos los días además de llenar tu copa a la mitad, como te gustaba, sólo que luego de tomar la mía siempre termino bebiendo la tuya, deseando que la hayas tocado con tu energía que siento volar por todo el espacio; sé que estás en otro plano existencial, pero aquí mismo, porque juraste amarme por siempre y decidí creerte.

El virus se esparció por el mundo como el asesino serial que asola a un pueblo y nadie sabe dónde matará de nuevo; es un ente maligno cuyo perfil no hemos conseguido descifrar porque su modus operandi cambia constantemente; ya no sólo se lleva a los ancianos, ni a quienes padecen enfermedades degenerativas o terminales; son jóvenes, atletas, empresarios, mujeres y hombres de todas edades. Parece que no fueron suficientes los muertos de 2020 porque su ataque arrecia en los inicios del 2021.

Estábamos muy seguros bajo la protección de nuestras medidas de sanidad; no entendí cómo se introdujo la muerte en nuestra vida para llevarte de mi lado siendo que habíamos acordado partir un día, los dos al mismo tiempo.

Me recluyo en nuestro departamento, tan pequeño con tan sólo una recámara, la nuestra; el nido que nos arropaba por las noches en un arrullo que parecía eterno, hasta que el canto de las aves y el alba nos traían de nuevo a la realidad. Y nunca necesitamos más, pues nos teníamos el uno al otro.

La vida ahora es más vacía de lo que fue durante todo el año pasado; tus retratos están por todo lo que antes fuera nuestro espacio; deambulo de noche y de día entre las imágenes…

Anna se mueve junto a Ricardo buscando alcanzarlo con su mano; él cierra el libro y queda reflexionando en la lectura.

–Debió ser horrible vivir en esa época –le dice a Anna, que encamorrada jala su brazo.

–Ya acuéstate, es tarde y mañana hay que llevar a Ricky a la escuela.

Ricardo coloca el libro en el buró, apaga la luz y acomoda su almohada para acurrucarse junto a ella.

–Yo si quiero irme contigo, los dos al mismo tiempo –le susurra, y ella se arrima más a él.

La suavidad de las sábanas se convierte en un envoltorio cálido y protector que lo lleva al sueño tan pronto como cierra los ojos.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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