La tragedia como género literario nació en la Grecia antigua, era un género teatral en verso que, con ayuda de un coro y varios actores, desarrolla tema de la antigua épica centrados en el sufrimiento, la muerte y las peripecias dolorosas de la vida humana, con un final funesto y que mueve a la compasión o al espanto.

Desde estas muestras literarias se planteaba la dualidad de la vida: somos deterministas o tenemos el libre albedrío. El destino trágico o la libertad también trágica que nos lleva a la vida sinsentido y hacia el absurdo. De ahí la premisa de la insoportable levedad del ser en donde la vida es sencilla y nos empeñamos en hacerla compleja, o más bien la circunstancia que nos hace padecer un camino sinuoso y lleno de adversidades. Todo depende del enfoque que le demos a estas reflexiones.

Miguel de Unamuno en su obra: “Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos. Tratado del amor de Dios” hizo la antropología en donde la persona aparece siempre como un ser anhelante, en tensión eterna. Esta tensión en el ser humano deriva de que éste quiere el máximo de individualidad junto con el máximo de personalidad.

El ser humano se afana por conservarse como individuo al máximo (ser único e irrepetible, lo más distinto de los demás) junto con un afán de perpetuarse al máximo (abrir los límites del individuo hacia los otros por el amor, prolongarse más allá de sí mismo por los hijos o las obras, la necesidad de dejar un legado). Esta doble dirección de los instintos en Unamuno puede interpretarse también como un serlo todo y ser siempre.

Con el “sentimiento trágico de la vida” es como el ser humano toma conciencia de su condición temporal, limitada y precaria, ante lo desconocido del más allá y de su destino. Partiendo de esta forma de conciencia, el ser humano puede asumir su condición e interrogarse sobre la finalidad de su propia.

Cuando se toma consciencia de la existencia se pierde la inocencia, mucho de las crisis existenciales que se viven en la adolescencia se generan por el sentir el aquí y ahora y el planteamiento de la búsqueda de sentido, la búsqueda de la identidad, de la individualidad. Lo que nos hace ser especial (no sin antes una dosis de descalificaciones y adjetivos que nos pueden llevar a la depresión), vivir esa historia trágica que una vez superada nos lleva a la madurez que implica más bien el no tomarnos tan en serio, aprender a flexibilizar y perdonarnos y sobre todo aprender de los múltiples errores que cometemos en función del arrojo que es reflejo espontáneo de la juventud.

Señala Unamuno: El sufrimiento es la sustancia de la vida y la raíz de la personalidad, ya que solo el sufrimiento nos hace personas.

Muchos autores desde los clásicos griegos, hasta la posmodernidad nos plantean diversas expresiones del ser trágico. Esa vida que pareciera que no tienen sentido sin el sufrimiento, paradójicamente la visión ontológica (del ser) pareciera que es algo que quisiéramos evitar, “estar” pero no “ser”, porque la existencia duele, nos confronta en esa tensión del determinismo y el libre albedrío y nos lleva a la definición de dejarnos llevar sin mayor reflexión o hacemos el alto del camino para decidir el sentido y nuestro actuar, sabiendo que en la libertad de las decisiones se debe pagar la consecuencia que creamos. Seguiremos con estos aspectos.

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