Me parece que historias acerca del COVID hemos escuchado permanentemente durante noche y día.

Los noticieros dan cuenta del incremento en contagios y defunciones, las redes sociales claman por oraciones y plegarias que ayuden a sanar a los enfermos o ruegan por la oración para los que se encuentran en agonía a fin de que logren llegar al final de la vida sin tanto sufrimiento, sin descartar, por supuesto, el milagro que pueda salvar sus vidas. Cada persona tiene algún suceso que contar, la mayoría de ellos muy tristes.

No voy a narrar una más de esas tantas experiencias que se bañan en lágrimas, en despedidas que no pudieron concluirse, en los sueños que no se cumplieron o en los crematorios para animales que se han tenido que adquirir para pulverizar la existencia física de los millones de personas que murieron a causa de esta terrible pandemia.

Tampoco quiero desplegar una cátedra metafísica acerca de la espiritualidad y de todos aquellos elementos de los que nos hemos tenido que asir con todas nuestras fuerzas, unos más que otros, pero de los que nadie puede negar haber clamado la compasión de las fuerzas universales para no caer en la locura del encierro, en las garras de la incertidumbre o en los abismos del terror por un futuro que aún no nos permite ver con claridad la estabilidad o que por lo menos, no se pierda la esperanza que nos devuelva la vida a la que estábamos acostumbrados, aquella que retumba en nuestros recuerdos y la que merecidamente acompañamos con un prolongado suspiro. Trabajo, escuelas, amigos, fiestas, tertulias, abrazos, carcajadas, barullo… ¡pasión por la vida!

Lo que me mueve ahora es la pregunta de lo que ha hecho que millones de seres humanos se hayan contagiado. Reconozco que suena hueco el cuestionamiento y sin razón, pero no es así. Millones se han contagiado, pereciendo irremediablemente, otros han dejado en el camino los ahorros de su vida, el desgaste familiar, anímico y una buena dosis de salud, estos guerreros han logrado seguir adelante para enfrentar el próximo reto que la vida, en su terquedad y tenacidad por demostrar su enorme poder ya les tiene preparado. Y allá, en otro grupo se encuentran los que no se han infectado a pesar de haber mantenido los ritmos de vida habituales, cierto, coartados por las circunstancias más no por una propia convicción. Son los que mantienen el respeto por el prójimo al utilizar el cubrebocas, se han quedado en casa porque sus centros de trabajo se encuentran cerrados y no acuden a restaurantes cuando les place porque simplemente no están abiertos.

Yo pertenezco al rubro en el que definitivamente no he bajado la guardia. El cubrebocas junto con el gel desinfectante ha sido parte de mi vida, soy muy ermitaña, así que el encierro no me ha afectado, la compañía de un buen libro o una película histórica puede atraparme por horas, pero definitivamente, si tengo ganas de salir, salgo. Me he ido a la playa en más de una ocasión y miro con deleite a los vendedores ambulantes que se acercan a ofrecer lo que les brinda el sustento de cada día, sin mayor protección que un pedazo de tela raído que deja al descubierto los enormes orificios nasales que se hinchan por el calor del trópico. He visitado aeropuertos para tomar vuelos que me lleven a cambiar un poco el ambiente en el que vivo y he mantenido formidables charlas con mi vecino de asiento, con quien me he quitado el cubrebocas para brindar juntos por la vida.

No he dejado de visitar a mis padres y no les niego ni me niego el abrazo mullido y calientito que sólo ellos pueden brindarme. Visito a mis hijos con regularidad y nos besamos tanto que quisiera comérmelos, paso noches con mi mejor amiga en la ciudad de México charlando acompañadas de una copa de vino y mi pareja pasa temporadas conmigo después de haber visitado bancos y dependencias burocráticas de la CDMX, salimos a caminar, paseamos por pueblos mágicos cercanos a nuestra bella ciudad poblana, comemos helados y nos acurrucamos juntos para soportar las nefastas noticias que se transmiten por televisión.

No me critique, estimado lector. Mañana tengo que tomar nuevamente un avión y como requisito para entrar a territorio estadounidense habrá que mostrar la prueba de DETECCIÓN DEL CORONAVIRUS SARS- COV-2, con el MÉTODO: RT-PCR EN TIEMPO REAL y por supuesto salí negativa.

Se dice mucho, se habla mucho y lo más grave es que se especula mucho. Les comparto con gusto lo que me ha mantenido a flote: Todos somos mortales y un día deberemos partir de este mundo. Lo que hago es disfrutar la vida sin dañar a nadie, porque quién sabe si a mi regreso me tengan que cremar, pero hoy, aquí, en mi presente ¡sigo sana y sigo viva!

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