El edificio debía tener más de cien años. Y quizá las cucarachas americanas –esas que crecen grandes y desarrollan alas–, con todo y su descendencia, también, porque las encontré subiendo al departamento 13.

Fui a ver a Elbou para que me hiciera un óleo basado en la fotografía de mi madre; el viejo me recibió con un vaso de ron en las rocas y mientras buscaba algo entre los cachivaches, me contó:

“Una noche, ya de madrugada, un crujido me despertó; supuse que eran ratones bajo la duela y abrí los ojos en automático, como si el ruido fuera un detonador dentro de mi cabeza.

“Me llamaba la atención el querer vivir en el Centro Histórico de Puebla, porque consideraba, a mis 22 años y en plena explosión creativa, que asentarme en el ombligo de la ciudad me daba un cierto aire intelectual y por supuesto un plus a mi valor como artista plástico.

“Por un instante la luz del farol que alumbraba la calle dibujó una sombra a la altura del ropero; traté de afocar porque cuando uno recién despierta la claridad no es total.

“Busqué por meses el lugar adecuado y recorrí, desde casonas del siglo XVIII hasta edificios con balcones y salpicados de azulejos.

“La sombra se desvaneció, y aunque cerré y abrí los ojos varias veces con la intención de que aquello que había desaparecido se manifestara de nuevo, no lo conseguí.

“Con el paso del tiempo me di cuenta: lo que en realidad deseaba era un sitio que me diera estatus como artista y por supuesto en ningún lado más que aquí iba a conseguirlo; probablemente cuando fuera un consagrado podría vivir en el sitio que yo eligiera, quizá en Cuernavaca, Guanajuato o Oaxaca, porque esas ciudades están plagadas de artistas.

“Nunca me asustaron las historias de terror; suponía que las almas idas no podían ni siquiera tocarme y que más bien quienes se espantaban de los muertos sería porque sus conciencias no estaban en paz.

“Así fue como encontré este departamento, aquí en la 4 oriente; me gustó que estuviera frente al mercado del Parián y que fuera una mezcla de vecindad y casona. Enorme, con su patio y escalinatas como la había contado muchas veces en mis lienzos, aún sin conocerla.

“Me dormí sin darme cuenta, hasta que, a las 4:20 de la madrugada, sentí un movimiento en la cama, junto a mí; abrí los ojos, esta vez lentamente porque sabiéndome solo, no podía explicar que hubiera alteraciones fuera de las que hiciera mi cuerpo.

“Cuando me detuve frente al portón de herrería y miré el patio, me vinieron imágenes vertiginosas de por lo menos seis óleos que había pintado basándome en ese edificio, hasta ese día desconocido para mí.

“Pensé que quizá se habría metido un gato por la ventana y era lo que producía el movimiento; acostumbraba a dormir con el aire ventilando la habitación y aunque mi ventaba estaba en un segundo piso y daba a un terreno baldío, tratándose de un animal, todo podía suceder.

“Me pareció que era una señal. Siempre he sido de esos que creen en la suerte, en la causalidad de los números, de los encuentros no fortuitos y en el llamado de las almas viejas. Quise pensar que el edificio fue el que me encontró. Uno no sabe las cosas que se esconden detrás de la realidad y tampoco puede asegurar acerca de ello, porque hasta donde conozco, no he visto a alguien que muera y vuelva unos años después a contar la historia de lo que vio.

“Lo extraño y no había reparado en ello, era que todos los óleos que había pintado sobre esta casona eran en tonos grises y unos azules tan oscuros que parecían pinturas en blanco y negro. Reconozco que eran obras de estilo gótico envueltas en una bruma fantasmal.”

–Precisamente aquí las tengo –me dijo sacando seis cuadros de aproximadamente 120 por 90 centímetros; lo que vi me sobrecogió: un realismo puro y absolutamente lúgubre. Nunca había visto óleos tan cercanos a la fotografía, pero a su vez con una plástica que rayaba en lo siniestro.

–Déjame la foto y vuelve dentro de 8 días –me dijo dos horas después de mi llegada y una plática tan larga que mereció tres vasos más de ron.

Una semana después regresé por el óleo a eso de las 11 de la mañana. La puerta estaba cerrada con candado. Pregunté al portero si Elbou regresaría pronto para esperarlo.

–Había un Elbou hace 20 años, mi padre me contó que desapareció de la noche a la mañana; el cerrojo estaba cerrado por dentro y hubo qué llamar al cerrajero después de un mes de no saber de él; la ventana estaba cerrada y los óleos sobre esta casona, rasgados sobre la cama. Alguien vino y se llevó todo.

Le pedí que me dejara ver el departamento 13. La habitación estaba vacía, solo había una mesa desvencijada bajo la ventana y sobre ella la foto y el óleo con el rostro de mi madre.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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