Kimberly de 6 años fue asesinada el pasado fin de semana en Atlixco por su padrastro. Fue el abuelo materno quien identificó, su abuela es sordomuda y no ha tenido acceso a una educación básica para personas en esta condición.

El feminicida le ocasionó a Kimberly traumatismo craneoencefálico severo. Los médicos hicieron hallazgos de maltrato físico grave por quemaduras en su espalda y encontraron evidencia de violación sexual.

En el marco de un polarizado 8 de marzo, estos casos hacen visible la sistemática agresión que existe en la sociedad hacia las niñas en sus hogares.

Rita Laura Segato, una antropóloga que ha desarrollado profundos análisis sobre la violencia masculina, propone que todo lo anterior es resultado de una pedagogía de la crueldad, donde desde la infancia se enseña a vivir en un mundo de cosas, a no sufrir, a soportar el dolor propio y ser indiferentes al dolor ajeno, una de las ofertas de la cultura en una época de dueños, de los que tienen el poder, en donde quien no lo tiene es solo un instrumento, algo desechable; evidencia de un mundo psicopático y no empático, donde la empatía cada vez tiene menos potencia y hasta es denostada o significada como algo inútil, esto ocasiona la falta de sensibilidad privilegiando el abuso sobre los demás.

Al interrogar el poder masculino basándonos en la evidencia específica en casos de violación a infantes, un 98% de abusadores son hombres y en el mismo porcentaje el agresor es un familiar directo, cercano, o un amigo de la familia.

Ante este escenario es obvio que las y los menores víctimas de pedofilia o incesto crecerán con una personalidad afectada pues la confianza primigenia ha sido destruida, están a merced de sus “cuidadores”, no pueden extraerse asimismo de ese ambiente por su condición de menores, deben confiar en ser alimentados y protegidos.

El adulto pedófilo o violador rompe con este pacto natural; con ello, la confianza de los niños hacia los adultos y en sí mismos. Las y los sobrevivientes de violencia sexual no serán adultos socialmente adaptados, serán padres patológicamente sobreprotectores o padres negligentes pues no saben cuidar a un niño, no les fue mostrado, ni en el lenguaje que los formó se le dio un lugar al respeto ni al reconocimiento; les será fácil relacionarse con personas similares a las que le criaron, no podrán ver la amabilidad como un acto normal, siempre sospecharán de quien les ofrezca un buen trato, pues esta niña fue tomada como objeto, o este niño fue usado para la ejecución del abuso de quien debió ser su protector.

Recuperarse de un acto de pedofilia, abuso sexual o violación les llevara quizá toda su vida, siempre y cuando logren pensar en buscar ayuda y estén en oportunidad de tenerla; de lo contrario, accederán a conductas autodestructivas, adicciones, trastornos alimenticios, automutilación, suicidio.

No podrán valorar su propia vida. Por esto Yaz la niña de siete años asesinada en Puebla a golpes por sus familiares manifestó en el hospital que la dejaran morir. La infancia no fue mostrada como una experiencia donde llegar a ser adulto era un camino amable sino como una tortura que a ella y a Kimberly les costó la vida.

La infancia no es una etapa donde se debe sufrir o donde por ser más pequeño no se puede hablar, donde hay que soportar violencia de los padres o cuidadores; debe ser una etapa en construcción, donde cada elemento que se les muestre como experiencia los desarrolle para bien.

El papel de los otros es fundamental, quienes sin ser los padres o madres logren mostrar una visión del mundo distinta, es crucial; el docente, la familia extensa, quien logre mejorar sus condiciones pueden ser agentes estratégicos en la esperanza de vida mientras están en posición de salir de ahí.

El apoyo, no ser indiferentes, detener las acciones del adulto abusivo, pueden ser elementos positivos hacia la resolución.

Asúmanos ese papel si nos toca de cerca, está en juego la salud mental o la vida del menor. Colaboremos para que ni una niña más sea violada ni asesinada en nuestro entorno.

Abigail Baez

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