Ser locutora o locutor, saber presentar noticias, conducir un programa, ser comentarista, cronista en televisión o radio y tener popularidad en redes sociales, no es una condición para ser un verdadero y comprometido representante de la sociedad, ¿O sí?
Muchas y muchos profesionales de la voz, la comunicación y el periodismo han de buscar el próximo 2 de junio ganar en los comicios, que con razón se han denominado los más competidos de la historia contemporánea nacional, pues como nunca vemos un aumento en las marcas electorales, así como alianzas y coaliciones que jamás se habrían pensado entre partidos políticos y por si esto no fuera suficiente, los ciudadanos tenemos que aceptar las postulaciones de mujeres y hombres que no tienen ni la más remota idea de qué hacer en un cargo de representación, pero que en su afán de ganar más sueldo que el de cada quincena en sus estaciones de radio o televisión, anhelan llegar a esos cargos políticos.
Quizá sea muy rudo el comentario anterior. Entonces presentaré la idea de que la búsqueda de una curul, una presidencia municipal o regiduría no es para mejorar un sueldo, sino para ganar más reconocimiento de seguidores, pensando que obtener votos es igual a un like en Facebook, Instagram o TikTok, confundiendo la contienda electoral con una competencia para aumentar niveles de audiencia; de tal forma que vemos carisma, escuchamos impostaciones vocales y sin duda reconocemos posturas actorales, pero de propuestas que cumplan con las necesidades de crecimiento y evolución que de fondo requieren los sistemas burocrático y administrativo del país, nada. Responder a los ciudadanos, no se traduce en tener una “buena imagen”, sino en compromiso, vocación, un amplio sentido de la responsabilidad y ya de paso preparación mínima de lo que significa el cargo para el que se postulan.
Legitimo es querer ser parte de los cambios profundos que se requieren en México para transitar hacia una verdadera democracia, en la que las y los ciudadanos encontremos las oportunidades para mejorar nuestra calidad de vida y poder coexistir en ambientes seguros, con empleos bien remunerados; donde los gobiernos se ocupen en proyectar y ejecutar programas adecuados para regenerar el medio ambiente y la ecología, concebir condiciones económicas de progreso. También ¿por qué no? garantizar la equidad, el respeto y la tolerancia entre individuos, garantizar acceso a una educación pública de calidad, apoyo a la ciencia, el arte, el deporte y ya de paso reconocer a la locución como una profesión y no como un oficio. Pero ¿qué pasa cuando nada de lo anterior es entendido por las y los aspirantes que fueron seleccionados únicamente por sus características de atracción mediática y no por sus capacidades políticas o de gobierno? Ya sabemos la respuesta.
Como ciudadanos hay que dar el beneficio de la duda a los que me permitiré llamar “candidatas y candidatos de imagen”, pues quizá muchas y muchos tengan la cualidad de considerarse auténticos devotos de su causa para ser realmente políticos y no pese sobre ellos la “maldición de la nulidad creadora”, esa de la que habló hacia finales del siglo XIX y principios del XX, Max Weber (sociólogo, economista, jurista, historiador y politólogo alemán, considerado uno de los fundadores del estudio moderno de la sociología y la administración pública); traduciendo esta concreta parte de su pensamiento, en lo que se podría definir como “un nihilismo romántico que convierte la acción política en una mezcla insensata de revolución, carnaval y vanidosa pose estética”.
Así que, contar con el reconocimiento popular en los medios de comunicación y las redes sociales, no garantiza que puedan desempeñarse como representantes populares. ¿Será mi percepción un equívoco?
Nos escuchamos la próxima, en tanto tenga usted, ¡muy buen día!
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