Resulta que Frida despotrica contra el abuelo; su mamá, Alejandra, contra la abuela Silvia y el alboroto reaviva el fuego del escándalo que no cesa a lo largo de la vida en la dinastía Pinal.

Frida Sofía acusa al abuelo de abuso; el abuelo dice que es mentira; la mamá argumenta que esta jovencita necesita ayuda profesional (Trastorno Límite de Personalidad), la nieta asegura que el abuelo es un monstruo; la mamá dice que le quitó la mesada y por eso decidió, como venganza, difamar a Enrique, quien como respuesta interpone una querella por dichos de acoso…

Los mortales que se endiosan con los artistas que aparecen en la tele, deberían comprender que estos también son seres humanos y que lo visto en pantalla no tiene nada qué ver con sus vidas cotidianas.

Un poco más que el promedio de los artistas sufre de alguna alteración –si no es que desorden –de personalidad. ¿Qué puede esperarse en una familia de artistas?

El trabajo de los estos individuos es representar papeles, ya sea de cantantes o de sirvientas de telenovela que se enamoran del patrón. Nunca la cantante despertará a su pareja (un fan común y corriente) con su más famosa canción, y tampoco será la estrella deslumbrante que vemos en el escenario rebosando glamur en la puerta de la bañera, para invitar a su pareja (otro fan común y corriente) a un encuentro amoroso de película.

Si la mayoría de los artistas presentan rasgos extraños –si no desórdenes de personalidad–, ya se imaginará el lector cómo será vivir dentro de una familia de artistas.

Por supuesto, no se justifica si Enrique realmente abusó de la nieta, en el caso de que la acusación fuera cierta, porque también el recuerdo puede estar insertado en el Síndrome de Alienación Parental (en el que una niña miente sobre una supuesta violación a su persona). Eso sólo Frida y el abuelo lo saben.

Pero más allá del alboroto armado por la chica dedicada al modelaje, rasquemos un poco en la mente del artista.

En el arduo trabajo desarrollado por el periodista inglés Paul Johnson (Manchester, 1928) y que vierte de manera magistral en su libro Intelectuales (1990, Javier Vergara Editor, S.A.), él asegura que los intelectuales son tan irrazonables, ilógicos y supersticiosos como cualquier otra persona y que se encuentran insertos en una “trilogía de pecados: la mentira, la fornicación y la deshonestidad en los asuntos de dinero”.

Entre los personajes analizados, están Jean Jacques Rousseau, Mary Shelley, Karl Marx, Ernest Hemingway, Bertolt Brecht y Lillian Hellman, entre otros.

Johnson desmenuzó la personalidad de cada uno de ellos y encontró similitudes que convergen en esos tres “pecados”.

El volumen, de casi 400 páginas, nos lleva por un mundo inimaginable que separa la personalidad de la obra –esta última en ningún momento es sometida a juicio–, por lo que aquello de lo que se habla, es meramente el comportamiento y la forma de enfrentar al mundo desde el carácter de la persona. Y todo ello termina por abrirnos un panorama para poder comprender la razón de esas personalidades tan complejas.

El artista por definición es un ser que aporta a la humanidad en sentido estricto, pues el arte, por sí, es el único alimento que el alma puede recibir como un regalo. Existen otros alimentos para el alma como los buenos sentimientos o la oración, pero el arte bien puede considerarse un obsequio que voluntariamente el consumidor ofrece a su propio ser.

Por otra parte, el artista, en cualquier disciplina, estará siempre tentado o manipulado por el egocentrismo, el hedonismo y acompañado por una necesidad inmensa de que el mundo gire en torno suyo.

Y todo esto lleva a comprender que no debe ser fácil lidiar con un artista (en la disciplina que sea) y mucho menos debe serlo, con una familia de ellos.

Así que va para largo entonces, el alboroto de los Guzmán Pinal.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG

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