Agustín Salas Del Valle, Alfredo Rubio González, Cesar Armando Librado, José Luis Calva, Omar Jacinto Casio, todos mexicanos que asesinaron al menos a tres mujeres y con alguna tuvieron una relación de pareja. Robert Ressler, psiquiatra estadounidense considerado el mejor perfilador forense de asesinos seriales hasta la actualidad, establece que el sujeto criminal comete tres o más asesinatos de forma similar, una víctima a la vez, actúa en periodos de tiempo con intervalos de inactividad, no tiene vínculo con la víctima. Según Ressler la conducta inicia en la fase áurea: proceso mental donde el asesino crea fantasías alrededor de la muerte, la violencia sexual y la crueldad; fase de pesca, comienza la búsqueda en lugares donde puede hallar el tipo de víctima de acuerdo a sus fantasías; fase de seducción, los desorganizados atacan por sorpresa, los organizados utilizan su atractivo físico, apariencia inofensiva, manipulación o promesa laboral, finalmente el asesinato, siempre con violencia extrema. Reinciden por una razón, la realidad no fue similar a la fantasía, la obsesión por recrearla los llevará a intentarlo una vez más. Historizando en torno a los feminicidios en México tenemos elementos suficientes para establecer que no son asesinos seriales; es violencia estructural, es violencia feminicida, es misoginia. Al asumir que son “feminicidas seriales” nuestra mente es llevada a un lugar donde se pretende suponer que son hechos aislados, que son enfermos mentales (sic) y entonces surge un efecto negativo: dejamos de cuestionar. ¿Por qué no los detuvieron al menos desde el primer feminicidio? ¿Quién no investigó eficientemente las desapariciones? ¿Por qué no existió georreferenciación de las desapariciones que advirtiera el radio de actuación criminal? El incumplimiento en la responsabilidad como autoridad investigadora establecida en el Artículo 21 Constitucional es visible. Como sociedad consumimos el morbo, hacemos de la tragedia un circo, actuamos con la indolencia que alimenta la perversión social. ¿Por qué nadie de su entorno se percató de las coincidencias? El periodo en que asesinó el feminicida de Atizapán atraviesa muchos gobiernos, hagamos un alto y veamos con severidad la impunidad, la ineficacia en la investigación forense, la falta de análisis criminológico. No existen estudios científicos determinantes de daño mental en estos feminicidas. Es necesario dar un lugar de seriedad a la violencia social, la indiferencia ante las muertes violentas contra mujeres que aun prevalece en la sociedad, también en la estructura que investiga; así mismo, la falta de acceso a la justicia y atención oportuna que sufren las familias de desaparecidas. Ressler fue pionero en una época donde se crearon hipótesis que buscaron explicar el fenómeno, pero entonces no existía la perspectiva de igualdad, ni en ese país ni en otro; estaba por establecerse el análisis que años después revelaría la brutalidad de la misoginia. Este genio perfilador del Buró Federal de Investigaciones (FBI) manifestó que no eran enfermos mentales y que sus propuestas de perfilación nunca atraparon a un solo asesino serial. Hoy tenemos las herramientas teóricas, científicas y tecnológicas para investigar y prevenir la violencia estructural contra las mujeres y otros grupos de situación de vulnerabilidad como la niñez y adolescencia. El pensamiento de crueldad que nos influencia actualmente hace más fácil pensar que son enfermos, para los medios de comunicación vende hacer notas sobre supuestos monstruos. Lo difícil es admitir que la violencia feminicida está en el inconsciente colectivo, lo difícil es cuestionar la falta de educación orientada hacia la pacificación social, la capacitación eficaz con perspectiva de igualdad en las autoridades investigadoras para que desde el primer funcionario que atiende un caso de desaparición le imprima relevancia y con la misma responsabilidad se tomen acciones preventivas ante los hechos. Pensar que son “seriales” invisibiliza el problema, no resuelve, fomenta la confusión y retrasa el progreso hacia una sociedad sin violencia.

Abigail Baez

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