Las campañas electorales que se están llevando a cabo en diversas partes del mundo son observadas de forma minuciosa y con un especial interés porque se llevan a cabo no solo en condiciones extraordinarias, en medio de una pandemia, sino porque sus resultados hablan por sí mismos de la situación anímica del electorado aquejado -desde distintos ángulos- por las consecuencias de la urgencia sanitaria, que ha derivado en otro cisma económico.

La gente está acudiendo a las urnas a sufragar con enojo, con amargura, con irritación, castigando lo que cree ha sido injusto o una mala gestión del actual escenario inusitado.

Eso afecta primordialmente a  las posiciones de centro, que quedarán difuminadas en medio de la batahola de sentimientos encontrados porque hay mucha gente damnificada de la actual pandemia.

En la capital de España, este pasado 4 de mayo se llevaron a cabo unas elecciones para la Presidencia de la Comunidad de Madrid en clave de sol, porque la Moncloa tenía puestas las esperanzas en posicionar al PSOE en el corazón de Madrid pensando que, ese termómetro, sirviese para convocar un adelanto de elecciones generales buscando quedar mejor colocado en número de escaños en el Congreso y quizá, sacudirse, la incómoda coalición de Gobierno que el presidente, Pedro Sánchez, del PSOE, ha tenido que sumar con la ultraizquierda de Unidas Podemos.

El batacazo ha sido más que claro no solo para el PSOE, sino para el llamado bloque de la izquierda, conformado por partidos ubicados en distintos espectros  desde la izquierda más moderada hasta la más radical como lo es Unidas Podemos.

Han sido unas elecciones enrarecidas por un ambiente de campaña de fuertes confrontaciones, con amenazas en formas de misivas con balas militares y hasta con una navaja aparentemente ensangrentada… cartas todas enviadas a varios políticos de distintos partidos y algunos hasta candidatos.

Han sido unas elecciones en las que el madrileño ha salido a votar por  trabajar en libertad, por recuperar su negocio, por luchar con ahínco por obtener un mejor salario; por decidir en libertad  y no quedar sujeto a un cheque de subsidio que lo ate al hambre, a la depauperación y al conformismo.

El madrileño es muchísimas veces una persona que bien de nacimiento pertenece a otra provincia española o bien es de otro país europeo, africano, asiático o latinoamericano. Porque decir “el voto de un madrileño” es tanto como decir “el voto de un neoyorkino” por aquello de la visión cosmopolita.

Madrid que siempre es una ciudad abierta y acogedora ha reivindicado el gobierno de Isabel Díaz Ayuso del Partido Popular (PP) confiriéndole además más confianza; su partido ha pasado de tener 30 escaños (elecciones de 2019) a más que duplicarlos con 65.

A COLACIÓN

Se aprecia una lectura interesante del resultado electoral: primeramente Ciudadanos desaparece, no logra una solo escaño, al final el elector se cansó de un partido que en su momento -uno de sus mentores-  Albert Rivera, encumbró pero él mismo no supo, a la hora de la verdad, defender un  proyecto claro ni para Cataluña, ni para el gobierno de España, negándose a formar una coalición con Sánchez que hubiese evitado meter a los podemitas en el poder.

La gente se fastidió de no encontrar en Ciudadanos a un partido de centro, moderado que incluyese a cierto estrato de la población millennial que no empatizaba con el bipartidismo tradicional y también con ciertos votantes maduros descontentos con la forma de hacer política de los últimos años; los errores en política se pagan muy caros y Ciudadanos es prácticamente un cadáver con cero escaños, cuando llegó a tener 26.

Otra víctima de estas elecciones es Pablo Iglesias, el ultraizquierdista que salió de la Universidad Complutense, de la grilla de las aulas, con el sueño bajo el brazo de asaltar el cielo del poder;  su boom, con Podemos y las propias circunstancias del momento, lo llevaron a ser vicepresidente del gobierno de España cargo que abandonó para contender por la Presidencia de la Comunidad de Madrid.

Pues bien, sus diez escaños obtenidos (tres más que en 2019) han sido más que suficientes para que diese el paso que muchos anticipaban: dejar todos las cargo políticos y abandonar, definitivamente la política. Lo mismo que hizo Rivera hace dos años.

Por su parte, el PSOE del presidente Sánchez, ha tenido  un claro descalabro con sus 24 escaños (en 2019 tenía 37) además me parece interesante que la ultraderecha de VOX no diera un salto espectacular solo ganó un escaño más: pasó de 12 a 13, creo que el fascismo no termina de cuajar en la capital de España que se ha decantado por uno de los pilares del bipartidismo tradicional como si la gente en estos momentos necesitase lo ya conocido y no lo malo por conocer. Bien jugado el PP  puede gobernar en solitario, sin los escaños de Vox, veremos los malabares de Díaz Ayuso estos días…

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