*Por: Dr. J. Alejandro Ortiz Cotte

Hoy las autoridades educativas del país dan la impresión de cierta “urgencia” para regresar a la presencialidad en sus centros escolares en todos los niveles. Parecería que sus objetivos centrales, en este momento, es “regresar a clases como antes”.

Corren de prisa para hacer protocolos adecuados, capacitan apuradamente a sus profesores/as para saber cómo recibir con cubre bocas y con sana distancia a sus alumnos, se apresuran para realizar cambios en las estructuras físicas de sus recintos de manera que puedan recibir con las normas fijadas por la Secretaría de Educación Pública (SEP) a sus estudiantes. Estas iniciativas tomaron más fuerzas con la llegada de las vacunas. Piensan, equivocadamente, que estar vacunados es estar inmunes, cuando lo único que se evita si un adulto se contagia es salvarse –y no en todos los casos-de un proceso complicado y fuerte que derive en la muerte.

No sorprende que la ciudad de México cierre de nuevo sus colegios por el aumento de contagios en los niños. Sus estrategias de regreso han sido equivocadas.

Se les olvidó tomar en cuenta el principal elemento a considerar, sobre todo en una pandemia: La salud de sus estudiantes, maestros/as y trabajadores/as. Lo primero que se debe hacer es saber cómo les ha afectado la pandemia a los niños, a los jóvenes, a los universitarios, así como a sus maestros/as, y a los trabajadores/as de cada recinto escolar.

Los niños y niñas vivieron fuertes dosis de stress en casa al tener que tomar clases por la televisión. Las exigencias de no perder el año se volvió un factor estresante para muchos de ellos. Su casa se volvió un lugar de gran tensión familiar. Su lugar donde podían descansar, jugar, ser ellos mismos, se volvió otra cosa. La mayoría de las familias no tenían las condiciones para que sus hijos tomarán clases a distancias. Ni la tecnología apropiada. Muchas casas no tenían un espacio propicio para aprender virtualmente ni tenían “patios” o “jardines”, como los que salían en las clases por televisión, para hacer ejercicio. Las mamás no tenían el tiempo para acompañar a sus hijos adecuadamente en sus clases. No tenían tiempo y a veces ni la preparación mínima para asesorar a sus hijos ni para comprender a sus maestras. Las clases en televisión implica un nivel de comprensión rápido y eficaz, no hay posibilidad de levantar la mano y pedir que repita la enseñanza la maestra. De seguro no fueron pocas las peleas y los gritos que sufrieron los niños con sus clases virtuales. ¿ya les preguntaron a los niños cómo están? ¿quién tuvo depresión infantil? ¿quién empezó con rasgos de ansiedad temprana?

Los jóvenes también sufrieron. El no salir durante tanto tiempo les afectó de diferentes formas y maneras. No vieron a sus amigos como querían o como estaban acostumbrados, ni podían salir a la calle a platicar con ellos. Lo anterior, más la situación familiar (económica, afectiva, violenta, etc.) los afectaron. Muchos entraron en depresión, otros tuvieron ataques de pánico y de ansiedad. Los que sufrieron la pérdida de familiares vivieron momentos muy fuertes por las condiciones pandémicas (no acompañar debidamente al familiar). La salud psico-emocional es lo primero que se tiene diagnosticar para regresar a clases presenciales. Hacer un buen mapeo de cómo nuestros estudiantes regresan emocionalmente es esencial y tal vez vital. Recordemos la investigación de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, a través del Instituto de Investigaciones para el Desarrollo con Equidad (EQUIDE), que presenta los primeros resultados de la Encuesta de Seguimiento de los Efectos del COVID-19 en el Bienestar de los Hogares Mexicanos (ENCOVID-19), donde dice que el “27.3% de los individuos de 18 años o más presentaron síntomas depresivos y 32.4% síntomas severos de ansiedad”, ¿Los profesores saben qué hacer si les da un ataque de ansiedad o pánico a uno de sus alumnos? ¿cómo acompañar a estas juventudes golpeadas en sus ánimos y fuerzas interiores?

Pero que me dicen de los profesores y profesoras. Cuando uno los mira en sus redes sociales, se ven distintos, cambiados, ya sea por estar o más flacos o más gordos, pero, sobre todo, muchos se ven cansados, hartos, envejecidos. Las autoridades ya les preguntaron ¿cómo están? ¿qué necesitan? ¿Las autoridades ya tienen un diagnóstico completo sobre la salud pisco-emocional de sus profesores y profesoras, que también son padres de familia? Saben ¿cómo los golpeó la pandemia? Saben ¿sí estuvieron en depresión? ¿Si tuvieron familiares muertos por el COVID-19? ¿si fracasó su negocio familiar en este tiempo de confinamiento? ¿Si se quedaron endeudados por pagar el hospital o el oxígeno de algún familiar cuando la pandemia estaba en su auge? Si sabían que según la investigación ya referida “en la primera quincena de abril, se estima que entre 5.2 y 8.1 millones de personas perdieron su empleo, fueron “descansadas” o no pudieron salir a buscar trabajo en el contexto de la pandemia de COVID-19” ¿ya les preguntaron sobre esto? Estoy seguro que no, y más bien ya los amenazaron con volver a dar clases, a “regresar a la normalidad”. Es lo mismo con los trabajadores y trabajadoras de las escuelas. Creen que el dolor emocional es menor que los dolores físicos cuando no es así.

Las autoridades educativas, de cualquier grado, deben primero pensar en la salud de sus estudiantes, maestros y trabajadores. No se trata solo de “evitar el contagio” sino de una ética del cuidado humano. Es poner en el centro y como primacía el valor de la vida humana. Creer en su dignidad y por tanto en su cuidado. Para Leonardo Boff : el “cuidado” es “todo tipo de preocupación, inquietud, desasosiego, malestar y hasta miedo por personas y realidades con las cuales estamos afectivamente implicados y que por eso nos son preciosas” de manera que “el cuidado [se vuelva] la vivencia de una relación entre la necesidad de ser cuidado y la voluntad y la predisposición a cuidar, creando un conjunto de apoyos y protecciones que hace posible esta relación indisociable a nivel personal, social y con todos los seres vivos. Pensar que antes de lo administrativo y sobre todo de lo económico, está la vida humana y su cuidado integral, es volver a pensar y sentir que el cuidado humano es más importante que un regreso presencial, es este retorno al que debemos aspirar.

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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