*Por: Mtra. Niza del C. Gutiérrez Ruiz

Este último año ha permitido afrontar diversos retos, generar nuevos aprendizajes, pero también ha dejado ver algunas prácticas que se ha llevado de lo presencial a lo virtual, como la falta de responsabilidad y compromiso del estudiantado a través de las plataformas virtuales que se han empleado para la continuidad de los estudios en los distintos niveles.

Si lo vemos desde una óptica más sencilla y se cuentan con los recursos necesarios, estudiar desde casa facilita algunas acciones al estudiantado. Resulta cómodo, se ahorra tiempo y dinero para el transporte que los lleva a la institución educativa; brinda más minutos para dormir, desayunar, incluso planear o atender otras actividades. Habrá quienes opten por otro horario para bañarse o arreglarse para un día común; que sería lo ideal.

Si bien la dinámica escolar presentó cambios para favorecer el proceso de enseñanza de la comunidad educativa. También debe sumarse el esfuerzo y compromiso que el estudiantado debe aportar para favorecer su aprendizaje. Hoy se requieren de estudiantes más activos y menos pasivos. Las clases ocurren dentro del horario planeado y en algunos casos se ajusta la dinámica para que el estudiantado tenga un respiro y pueda continuar con sus clases; en el entendido de que están en un lugar y asiento adecuado para el estudio y no en la cama.

Ahora bien, si en el aula existe la distracción, el retraso en la hora de entrada, falta de participación, entes ausentes (por mencionar algunos), también ocurre en el aula virtual. Hoy es común que el profesado esté frente su PC viendo círculos con las iniciales o fotografía del perfil de los integrantes de su clase, buscando el diálogo lanzando algunas preguntas (abierta o dirigida) sin obtener respuesta. Sabemos también que enfrentamos dificultades con la conexión a internet (incluida yo), pero avisar en chat u otro medio de comunicación, no estaría mal.

Hago un espacio aquí para mencionar que la labor en un ámbito virtual no es más fácil y barato como se cree. Se requiere inversión de tiempo para planear, implementar y evaluar el aprendizaje. No olvidemos también la formación continua que requiere el profesorado y a su vez, contribuir con la formación del estudiantado. Cada material o actividad propuesta está pensada para construir con el logro de objetivos y no como “relleno” como se suele pensar.

Desde la mirada del estudiantado, trabajar en una modalidad virtual puede significar “ver presentaciones y enviar tareas” quitando la responsabilidad de “dar clase” al docente porque el ejercicio implica que trabajen o por “no recibir lo que están pagando”. Aclaro, esto se comparte desde mi trayectoria y por experiencias compartidas con colegas.

Sabemos que todo proceso incluye una evaluación para medir el logro de los aprendizajes y para asignar una calificación final. En el ámbito universitario, al inicio de los cursos se comparte la planeación extendida para conocer la dinámica: temas, el número de sesiones que se dedicará, las actividades que realizarán, la forma de evaluación, entre otros. Este mismo material queda a disposición del grupo para su valoración. Durante el curso, cada actividad empleada es retroalimentada para la mejora del estudiantado.

Hoy encontramos a estudiantes ausentes, ocultos detrás de su cámara web, desaliñados, conectados a la clase desde su cama o hasta en el auto; porque al no estar físicamente en aula puedes estar en otra parte y a la vez en clase, con poco interés, sin participar o profundizar, pero eso sí, presentes siempre en las redes sociales a cualquier hora. El momento crucial llega con la nota y retroalimentación final. Al hacer el recuento y confirmar puntaje bajo o incluso reprobatorio. Ahí es cuando hablan y buscan negociar esas décimas para “subir la calificación”. Parte de los argumentos recurrentes que he encontrado son “entregué todo lo que pidió” “le puse ganas al final”, “que le cuesta subirme unas décimas”, entre otros. Dejando a la vista el mínimo esfuerzo otorgado durante el curso, pues todo se centra en un número y no en los aprendizajes generados.

Hace falta el compromiso y responsabilidad en su propio proceso de formación del alumnado y no es exclusivo de la escuela, no debe premiarse. Esto permeará en diversos aspectos de su vida. Mantener el mínimo esfuerzo implica baja en la calidad de los servicios, cual sea el giro. Considera que ese mínimo esfuerzo te representa como persona y futuro/a profesional.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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