El regreso a clases será el lunes 31 de agosto “llueve, truene o relampaguee”, esa fue la orden presidencial, sin embargo, me temo que un alto porcentaje de niños y jóvenes no lo harán por una simple y sencilla razón, estamos en lo más alto de contagios por la tercera ola de la pandemia del Covid-19 y el precio de retornar a las aulas puede ser muy caro en términos de salud.
De acuerdo con algunos sondeos entre padres de familia de colegios particulares y algunos del sector público del sur de la Ciudad de México y la capital del estado de Puebla, lo más prudente sería esperar a que la “tormenta” amaine; que sí están dispuestos a correr riesgos y regresar pero no en este preciso momento, que más bien suena a una imposición dictada desde Palacio Nacional.
Para sustentar sus dichos toman como referencia el intento por regresar a las aulas registrado el pasado 7 de junio, apenas un día después de los comicios más grandes de la historia de México, retorno que no logró la mejor respuesta y tuvo que ser cancelado en virtud de que varios alumnos se contagiaron y además el semáforo epidemiológico regresó del verde “capricho” al amarillo “prudente” en varias entidades del país.
Habrá que recordar que en aquellos tiempos el color del semáforo aún era determinante para regresar a las aulas ya que la educación no era consideraba como actividad esencial, pero bastó una decisión política para invalidar tal categoría y listo ya se podría regresar el 31 de agosto, aún con semáforo rojo puesto que dicho parámetro ya no importa.
En esta ocasión, no se tiene claro cuál es el criterio para determinar que niños, jóvenes, maestros y padres de familia regresen a los planteles, más allá del discurso político y los tropiezos de las autoridades, en particular la famosa carta responsiva que seguramente más de un directivo de “los de abajo” estaría dispuesto a pedir cuando vea que los contagios son inminentes y que las autoridades educativas tendrán que asumir la mayor parte los riesgos.
No está por demás recordar que después de algunas semanas de tensa calma en espera de la tan anunciada tercera ola de Covid-19, ésta llegó con una velocidad de contagio superior a la de la segunda, justo cuando alumnos y maestros estaban prestos a cumplir la orden presidencial de regresar a las aulas, matizada de un “no es obligatorio”.
Si bien la proporción entre personas contagiadas y fallecidas es menor a la de la segunda y primera ola, esto se debe a que el 23% de los mexicanos ya cuenta con el cuadro de vacunación completo según la Organización Mundial de la Salud con corte al 12 de agosto del año en curso.
No obstante, el 18 y 24 de agosto el número de muertes por Covid ascendió a 940 en ambos días, mientras que el 25 del mismo mes se fue hasta las 986 víctimas, acercándose peligrosamente a los picos más altos de las olas previas, con la salvedad de que en ésta ocasión el 90% de las personas fallecidas no estaban vacunadas, mientras que el 10% restante estaba vacunado pero presentaba al menos una de las tres comorbilidad asociadas al agravamiento de dicha enfermedad, tales como diabetes, obesidad o hipertensión; la mayoría personas mayores de 49 años.
Por donde se le vea, no es el mejor momento para regresar a las aulas y eso de que los niños y jóvenes no se enferman de Covid-19 está por verse ya que hasta ahora la gran mayoría no se había contagiado porque vivía en una especie de “burbuja”, la cual se romperá en medio de la peor crisis de contagios para volver a las aulas.
No es que esté en contra de asumir riesgos como los que señala el titular del ejecutivo federal pero hasta esos hay que respaldarlos con el mejor análisis y este solo se hace con la cabeza fría, no con el estómago ni con la idea de que son los neoliberales los que siempre se oponen. Tal vez en unos dos meses y si se toman medidas más integrales y hasta drásticas para disminuir los contagios las cosas podrían mejorar y los niños y jóvenes podrían regresar a sus escuelas para seguir aprendiendo y ver a sus amigos, que tanto es tantito.
