Llegando a la fiesta / Te veo besándote con otro…
Cruzando la mitad de los 80, se inauguraba la Dancetería; un espacio para todos en el corazón de la Zona Rosa de la Ciudad de México, donde no importaba el género (en aquél entonces sólo había cuatro: hombre, mujer, gay y lesbiana) todos podían convivir en un ambiente open mind en ese lugar que se abría como un espacio alternativo para un público sui generis que reclamaba un lugar en la sociedad.
Era un sitio “abierto”, de estilo minimalista, donde cabían esos cuatro que entonces eran todos, sin menoscabo de su condición o gusto.
Ese día inauguró el lugar Rostros Ocultos y traían una canción para estrenar: El Final.
Las cosas son así con el arte; las creaciones son el testigo del tiempo en que son producidas y viven su auge; luego pueden volverse clásicos o evocaciones de lo que no volverá. Son como los objetos que recorren un tiempo y en ellos queda grabada la época en la que transcurrió su trayecto de vida útil.
Así era en las relaciones de noviazgo: Te salgo a buscar / Y no te puedo encontrar / Ya tus amigas me han dicho por qué.
No quiere decir que tiempos pasados fueron mejores; sólo es que los momentos que vivimos quedan grabados en la música, la pintura, el cine. El reggaetón es una muestra del pensamiento juvenil de hoy.
La cosa en los 80 era muy distinta y quizá la intención de escribir estas líneas –escuchando a Rostros Ocultos –fue poner en perspectiva, para los lectores jóvenes de menos de 30 años, cómo eran las relaciones de noviazgo en aquel entonces.
Llegando a la fiesta / Te veo besándote con otro / Yo no lo quiero hoy te tengo que olvidar.
Así era efectivamente; la punzada, como se le conocía entonces a ese hervidero interior de los adolescentes, funcionaba de esa manera: había una necesidad de agradar, de ser amado, y en la fiesta, si no se llegaba con la pareja, se corría el riesgo de sucumbir a la tentación. Acción que, de ser descubierta, significaba una ruptura definitiva.
Eran fiestas organizadas en los patios de las casas, con sonido, luces dirigidas a una esfera muy al estilo de Fiebre de sábado por la noche y amenizadas por los antecesores de los DJ’s.
Eran una reproducción en miniatura de las discotheques Jubilé, Magic Circus, La Boom o News en la Ciudad de México. En Puebla serían Cuche’s en La Paz, Porto’s en la Recta a Cholula (antes de ser tropical) o Pagaía en la Av. Juárez.
Decías que me querías / Que no era fácil poderme olvidar / Regrésame el retrato se acabó.
Regalar un retrato –porque no había celulares –, era un símbolo de compromiso, que, al romperse, exigía la devolución inmediata de la fotografía –todas aquellas eran tomadas en estudio: tamaño infantil, diploma, certificado, Etc.–, así como de todos los objetos fusionados a la relación: una chamarra, una pulsera, el arete, las cartas escritas a mano y todo aquello que representara la razón de ser del noviazgo.
Decías que me querías / Que no era fácil poderme olvidar / Regrésame el retrato se acabó /
Es el final, de nuestro amor.
Así ocurría; las relaciones de noviazgo se tomaban muy en serio y una infidelidad de ese tamaño, representada únicamente por un beso inocente –todo lo era en aquél entonces –, significaba que el mundo idílico construido por la pareja se había ido al traste.
El mundo cambia, pero la música está siempre ahí, para recordar que los tiempos pasados, no son los de hoy y que difícilmente volverán a ser lo mismo.
La música permanece como el registro acústico que se conecta al recuerdo, para volvernos a los tiempos que tuvimos oportunidad de vivir y disfrutar.
F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG