*Por: M.M. María Teresa Abirrached Fernández
«Llueva, truene o relampaguee vamos a reiniciar las clases». «Fue bastante, vamos a reabrir las escuelas». A partir de esta declaración del presidente Andrés Manuel López Obrador, en julio de este año, se iniciaron los trabajos para un retorno seguro en todos los niveles educativos. La Secretaría de Educación Pública emitió protocolos para el regreso mediante el Modelo Híbrido y la Secretaría de Salud consideró que las actividades educativas ahora son esenciales, así que, sin importar el color del semáforo, los alumnos regresaron a las aulas.
Una vez establecido el qué, lo que ahora corresponde a las escuelas y Universidades es el cómo. Y es ahí donde cada Institución se organizó para recibir a sus alumnos, todo ello considerando sus recursos. Después de 17 meses de trabajo a distancia, con clases virtuales, ahora los estudiantes deciden si asisten de manera presencial o continúan a distancia, ya que se estableció que el retorno será voluntario. De esta manera, se tienen dos grupos de alumnos: los que quieran que asistan y los que no, pues no.
El reto nuevamente es para los docentes. Al inicio de la pandemia aprendimos a dar clases en línea, usando distintas plataformas para trabajar de manera síncrona, conectados con los alumnos para dar la clase; también se recurrió a las actividades asíncronas, que consiste en dar seguimiento a las actividades de los alumnos en estas plataformas, como Classroom, Moodle, Blackboard, según la institución. Con el Modelo Híbrido, hay que trabajar de manera síncrona, asíncrona y presencial para atender a los dos grupos de alumnos y lograr los mejores resultados de aprendizaje en cada uno de ellos.
El Presidente expresó que nada sustituye a las clases presenciales y en eso estoy completamente de acuerdo. La relación que se establece al contar con la asistencia de los estudiantes, tener su atención y participación, poder comunicarnos de manera más abierta son algunas de las grandes ventajas de las clases presenciales, así como eran antes, cuando ni siquiera imaginábamos que un día se cerrarían las escuelas.
Sin embargo, esas clases presenciales que tanto añoramos ya no son iguales y, al parecer no volverán a serlo, a menos en este año y el siguiente. De los grandes grupos de alumnos de antaño, ahora sólo puede asistir hasta el 30% y de manera escalonada en algunas escuelas. En otras, en las que los grupos son más pequeños, es posible que los que así lo deseen acudan al salón de clases.
Mi experiencia como docente universitaria fue satisfactoria. En la primera clase presencial de este semestre acudieron tres alumnos de 15, o sea el 20%. El resto permaneció en casa, conectados a través de Teams. Lo primero que se nota en el aula es la distancia entre las sillas y los espacios marcados en el piso, para indicar a los estudiantes que no pueden mover el mobiliario. Así que “de lejitos” nos veíamos con ganas de acercarnos un poco más, pero respetamos las indicaciones.
El cubrebocas es obligatorio y hay que usarlo durante toda la sesión y eso, de verdad, es cansado porque para lograr que todos escuchen, hay que subir el tono de voz y esforzarse por hablar con mayor claridad.
El tema del pizarrón. ¡Ah, cómo extrañaba el pizarrón! Ese medio de comunicación que sirve para reafirmar una idea o explicar algún esquema y que durante muchos años fue el único medio visual con el que se contaba. Primero fueron los pizarrones verdes de gises, después los pintarrones, pero siempre han estado en los salones. Durante mi práctica docente de 26 años, siempre han sido fundamentales, tanto así que, si en un curso o sesión no hay un pizarrón, improviso uno con cartulinas o papel. Volver a usarlo después de tantos meses fue muy satisfactorio, pero también representó otro desafío. “Miss, ¿qué dice a la derecha?, es que la cámara no lo enfoca”.
En cuanto a la participación del grupo, se siente diferente. El hecho de verte ahí parada frente a los que asistieron y frente a la cámara, estrecha la comunicación y propicia una mejor relación, más abierta y espontánea. Y aquí está otro reto: durante las clases virtuales le hablas a la pantalla de tu computadora; ahora le hablas a una cámara, con la esperanza de que te vean y te escuchen, atendiendo a la pantalla para moderar las participaciones.
Hay muchos retos y desafíos que enfrentar, pero pese a ellos, es un gusto volver a coincidir en ese espacio que llamamos escuela y que siempre será un lugar de convivencia que denota el aprendizaje.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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