*Por: Mtra. Rocío Barragán de la Parra
A poco más de año y medio de la llegada del virus SARS COVID a nuestro País, se han experimentado un sinnúmero de experiencias y aprendizajes que han implicado un replanteamiento en los ámbitos políticos, sociales, económicos, familiares, personales y por supuesto en la esfera educativa; por ello hoy más que nunca, para las Universidades confiadas a la Compañía de Jesús, como la IBERO Puebla, es fundamental fortalecerse y resignificar su misión con la reconciliación, es decir con la (re)conexión con cada uno de los actores sociales que forman parte de su comunidad universitaria y de su ecosistema, promover la fe, la justicia y el compromiso de (re)significar la educación como un compromiso que se fundamenta en el amor y la promoción de una formación crítica y auténtica que detone profesionales capaces de transformarse y transformar su entorno y realidad.
Aunque este sentido puede comprenderse con relativa facilidad, el verdadero desafío consiste en vivirlo y accionarlo, es decir, encontrar los modos de hacerlo posible y participar activamente en ello; para lograrlo es importante preguntarse desde dónde se está observando el mundo y su historia, cuál es el quehacer cotidiano en el que se construye lo que ocurre y poder reconocer cómo y en qué consiste el llamado a la formación profesional y en respuesta a la necesidad social.
Un concepto clave es propiciar y vivir a través de la comunión (común-unión); que se desarrolla y fortalece a través de la escucha, la consulta, el trabajo colegiado y la asignación de encomiendas justas y equitativas para todos y cada uno de los colaboradores del proyecto, lo que sin duda conlleva grandes compromisos:
Elevar la calidad académica con programas profesionales que respondan atingente e innovadoramente a los convulsionados tiempos y contextos económicos, políticos y sociales.
Ser una universidad con voz crítica.
Enfrentar con inteligencia, sabiduría y discernimiento los retos institucionales.
Dar lectura adecuada al entorno y territorio para reconocer en los más desfavorecidos el proyecto de transformación social.
Construir puentes para atender las necesidades sociales y contribuir a la disminución de la desigualdad e inequidad.
Generar experiencias profundas e inspiradoras que hagan de cada uno de sus miembros agentes transformadores del cambio y mensajeros de esperanza.
Brindar el mejor y mayor servicio para el mundo.
Ser portavoces del carisma educativo ignaciano renovado a través de las conocidas “4 cs”.
Comprometidos: Convencidos sí, pero también actores y generadores del cambio
Conscientes: Asumir con libertad y voluntad la responsabilidad personal y profesional que a cada uno compete.
Críticos: Evaluar y decidir o actuar luego de un análisis asertivo de lo que ocurre.
Compasivos: Comprender y acompañar al (los) otro(s) buscando su bien ser o estar.
Desarrollar una nueva postura científica, profesional y personal que habilite la capacidad de responder a cualquier realidad social; como la que hoy se enfrenta ante la prolongada presencia de esta pandemia y que permita convertirla en la oportunidad de transformar la realidad a través de procesos académicos sustantivos que David Fernández Dávalos SJ llama las aspiraciones de toda educación humanista del siglo XX https://ibero.mx/prensa/educacion-jesuita-busca-responder-desafios-de-nuevas-realidades.
Formar para la vida en el ejercicio de una profesión socialmente útil
Que el objeto socio-profesional de la profesión esté inserto en el mercado laboral y en el proyecto social de la Universidad y la Compañía de Jesús.
Que el objeto socio-profesional se encuentre entre la formación general y la especialización, capaz de brindar una comprensión de la realidad articulada, así como una mirada a la expertíz profesional desde la dimensión global, profunda y especializada de dicho quehacer nutrida desde el “aprender a aprender”.
Aprendizaje centrado en el estudiante y su proceso, es decir aquel que aprende desde su propia actividad y en relación con los objetos de su aprendizaje.
De esta manera cualquier estudiante o egresado de Colegio Jesuita es capaz de preguntarse y reflexionar sobre quiénes se benefician con lo que ha aprendido, a favor de quién ejerce su profesión y cómo lo hace, si promueve la justicia con lo que es y hace o qué hace de forma extraordinaria y a favor de quién. Ello supone una gran contradicción: “Actuar en contra de lo que tradicionalmente el mundo dice y amar al enemigo (o cuando menos respetarlo), hacer el bien a quien aborrece o bendecir a quien maldice” y es justo ahí donde se entrama el desafío social de la educación jesuita: educar siempre en favor de los pobres… también de los pobres de espíritu.
La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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