HEDONISMO Y CULTURA
Perla Gómez Gallardo[1]
Como seres humanos la comunicación (verbal y no verbal) permite las relaciones sociales y la sobrevivencia de la humanidad. En las reflexiones de entregas anteriores, pudimos apreciar la importancia y complejidad que se tiene al momento de exteriorizar las ideas y pensamientos entre personas (no se digan las emociones).
El lenguaje como ese “conjunto de señales que dan a entender algo”[2] acorde al diccionario de la real academia española, se viene perfeccionando y en una serie de símbolos y sonidos nos permite materializar esos mensajes que comunicamos a otras personas. El tema de las emociones es el que presenta mayor complejidad porque las sensaciones del fuero interno deben encontrar la palabra que mejor refleje ese estado de ánimo.
Las palabras que es esa “unidad lingüística dotada de significado” nos permite al momento en que compartimos el mismo código de entendimiento para descifrar (una persona alemana con otra española tendrá complicaciones de comunicación sino conoce el idioma de su interlocutor) el mensaje. La generación de las palabras se basa en los consensos, se van integrando en la cotidianidad e incluso cuando se eleva el nivel del lenguaje del vulgar (por vulgo pueblo), al científico, teórico o el máximo que es el filosófico, las reglas sobre la forma de elaborarlas, definirlas e integrar su contenido, vienen acompañadas de una exigencia de rigor metodológico que permita la verificación o falsabilidad como diría el teórico Popper.
En la identificación de las palabras que denotan ideas, pensamientos y emociones, vemos el estudio posterior a la modernidad, justo llamada posmodernidad en donde pioneros como Nietzsche, después Foucault, Lyotard, Colli, Steiner y otros destacados filósofos nos alertaban sobre los abusos y riesgos de la construcción de artificios a través de las palabras que ya no tenían punto de contacto con la realidad.
La literatura de Samuel Beckett desde su clásico best seller de la representación teatral: “Esperando a Godot”, pasando por su trilogía del innombrable, destacaba el absurdo del uso de las palabras. Exposición que cobra sentido en el mundo contemporáneo en donde prevalece la posverdad o el mundo de “los otros datos”, no se diga la infodemia que ameritará una reflexión aparte.
La provocación a la que invito a mis amables lectores es a darnos cuenta de que podemos llegar al absurdo de darle mayor peso a la palabra que a la realidad y llegar incluso a negar la realidad evidente simplemente negándonos a nombrarla o nombrándola de una manera diferente. Ejemplo perverso en las peores prácticas de violaciones de derechos humanos y del derecho internacional, fue cuando Estados Unidos detuvo de manera arbitraria (por la simple percepción de discriminación) a personas de nacionalidad francesa con ascendencia de medio oriente, los extrajo de su país de origen, los llevó a Guantánamo y cuando sus familiares exigían su extradición manifestaron que no los acusaban de delito; cuando pidieron fueran juzgados como prisioneros de guerra, invocaron que no la habían declarado y por carecer de uniformes no sabía la jerarquía militar que poseyeran. Frente a las evasiones pidieron señalaran que calidad tenían y simplemente les llamaron “combatientes ilegales” con lo cual salían de cualquier reconocimiento de convenios o tratados internacionales que les reconocieran derechos.
A la fecha la cárcel de Guantánamo es la que tiene el mayor registro de muertes del mundo. Mientras el artificio de la palabra les niega el reconocimiento de la dignidad a quienes permanecen ya por décadas privados de su libertad.
Twitter @TPDI
[1] Profesora Investigadora Titular C de la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Cuajimalpa. Catedrática de Licenciatura y Posgrado en la Facultad de Derecho UNAM.
[2] Todos los entrecomillados se pueden consultar en la rae.es.