*Por: Mtro. José Leopoldo Castro Fernández de Lara
¿Qué somos? ¿qué define quien soy yo? Piensa por un momento cómo sería tu vida sin una característica que siempre te ha definido, tal vez desde pequeño… algo así como “hablas mucho, tienes que guardar silencio”, “las niñas bonitas no dicen groserías”, “una persona honesta siempre pone a los demás antes que él mismo”, “eres muy enojón”, “nunca vas a tener amigos”, “así nadie te va a querer”, “si no eres más sociable vas a terminar solo”. Desde pequeños escuchamos ciertos mensajes que –sea que los recordemos o no- nos van mostrando cómo es el mundo y qué podemos esperar de él.
La familia es a la vez el lugar donde recibimos amor y aprendemos a darlo y el lugar donde desarrollamos las heridas que nos acompañarán toda la vida y que nos impedirán desarrollarnos en el futuro. Aun en una familia amorosa que nos cuida, nos acompaña y se preocupa por nosotros es normal que desarrollemos heridas pues la misma convivencia y existencia en este mundo nos frustra, nos limita y nos requiere una forma de ser. Cada familia interpreta estas características de forma distinta pudiendo tomar diferentes formas: ser muy religioso, no ser religioso, ser anti religioso. Ser muy trabajador, no ser trabajador… aprovecharse de todos, servir a todos, ser siempre dócil, ser rebelde… cada modalidad tiene ciertos efectos en nuestra persona y más que clasificarlos como “buenos” o “malos” la invitación en este momento es a traerlos a la consciencia: ¿qué aprendí en casa? ¿cómo eran mis padres? ¿cómo se manifestaban el amor? ¿cómo lo manifestaban a sus hijos? ¿qué me faltó? ¿qué me sobró?
Lo que aprendimos desde pequeños y la forma en que respondimos a lo que recibimos se va constituyendo en un estilo de pensamientos, emociones, actitudes y comportamientos que se van volviendo estables y con el tiempo se convierten en la idea de “yo”. Esta personalidad sin embargo es solo una parte de quienes somos y el error fundamental en el que todos caemos es la sobre identificación… el pensar que nuestro repertorio se limita a esta idea que hemos hecho de nosotros y que si lo piensas es tan antigua como nuestra primera infancia. Vivimos y nos movemos en este mundo con el estilo que desarrollamos para reaccionar –defendernos- del mundo y sobrevivir allá por los 4-7 años.
La próxima vez que te preguntes porqué el mundo está como está recuerda que todos nos movemos desde ese lugar. Somos niños y niñas heridos que nos relacionamos como aprendimos en los primeros años de nuestra vida… años después seguimos buscando el poder, el sentir placer, el que nos vean, el control, el no sufrir, cuidar nuestra imagen, que todos nos quieran, que nadie abuse de nosotros por ser pequeños, que nadie me quite mi juguete o que me dejen estar tranquilo… algunos estamos tan metidos en nuestro personaje que hacemos sufrir a los demás para que vean el mundo como lo vemos nosotros o para que cumplan nuestros caprichos incluso utilizando la violencia (que puede ser no solo física sino psicológica o de manipulación), otros elegimos el papel de víctimas y desde el sufrimiento esperamos que alguien nos rescate… todos buscando lo mismo: encontrar el amor de la manera en que lo conocimos (o no) en los primeros años.
El camino de autoconocimiento nos propone indagar en estos –y muchos otros temas- para reconocer que el personaje es solo una parte de nosotros. Siempre somos más, aunque no lo veamos y todos los modelos de psicología nos hablan de una tendencia a la mejora del ser humano. Es importante identificar qué nos bloquea el camino hacia este crecimiento y lo más curioso es que lo que suele impedir este camino es la idea de lo que somos; la idea de “quien soy”, del “yo”.
No hay magia para cambiar esta identificación. Los cursos o consejos rápidos no funcionan. Es importante viajar hacia dentro y verse con amor para poder entender cómo fue que aprendimos a reaccionar, a funcionar y a defendernos en un mundo que es hostil a la libertad y al amor. Hay varias estrategias que podemos utilizar y que en esencia comparten ciertos elementos: hacer silencio, tomar distancia de uno mismo, verse con amor, reconocer la falsa identificación, reconocer las heridas, identificarse con un ser superior que habita dentro de mí.
Es un proceso doloroso porque exige desidentificarse no solo con características personales sino creencias profundas: sobre quién y cómo es Dios, qué es la familia, cómo vivir una “buena” vida, qué es la felicidad… Es un camino solitario también porque la mayoría de las personas no quieren tocar el dolor que implica abrirse a un “yo” más amplio. Aun así, si has llegado hasta estas últimas líneas te animo a que sigas buscando… no hay gurús, la verdad no necesita defenderse; se abre camino por sí sola y se muestra a quien la busca con honestidad.
El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.
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