A las cosas por su nombre

Alejandro Elías

–Vendo Neón SRT 2004, súper equipado en $215,000…

Y se suelta en la publicación una serie de comentarios que derivan hasta en insultos; desde el ¿No le pierdes? ¿No quieres subirle $100,000 por el valor estimativo y otros $100,000 por si acaso? ¿Me tomas a cuenta un Tesla?

Siempre he pensado que, si alguien vende su auto en cierta cantidad y a mí no me parece el precio –ya sea porque lo considero alto, o porque simplemente no me alcanza para comprarlo–, únicamente me quedo como espectador, pues no veo el caso en comentar algo sin sentido como: me parece caro, por ese precio me compro algo mejor, etc., y mucho menos dirigir improperios hacia una persona que ni siquiera conozco.

Así que, al mirar en cada publicación a veces miles de comentarios, muchos de ellos ofensivos, como si de un ring de boxeo se tratara, trato de entender qué están haciendo con nosotros las redes sociales.

Es como si existiera una especie de confabulación no declarada para dividirnos, enfrentándonos unos a otros.

Facebook se convirtió en el sustituto de la televisión; en décadas anteriores fuimos educados por la llamada caja idiota, pero hoy la ha sustituido el internet en general.

Lo importante, tanto en el pasado como hoy, es el aprendizaje; no es lo mismo un estudiante destacado en la carrera de contabilidad, que al salir de la universidad se enrola en las filas de la industria del narcotráfico, que aquél que utiliza sus conocimientos para construir un imperio financiero noble y cimentado en la honestidad.

De la misma forma, todo lo que asimilamos a través de nuestros maestros (televisión, internet, periódicos y revistas, conferencias, cursos, educación, aprendizaje en el hogar) podemos llevarlo hacia el lado positivo o negativo durante la construcción de nuestras vidas.

Facebook vino a mostrarnos lo que hay y nosotros somos quienes decidimos cómo utilizarlo, cómo comportarnos en clase y qué llevar a nuestra vida diaria; ahí podemos ver –si somos suficientemente autocríticos –el espejo de nuestro yo interno.

Los encabezados de los noticiarios, que más que generadores de noticias, se han vuelto el eco de los chismes de Facebook, al parecer siguen una tendencia, que es la de provocar al lector para arengarlo a escribir “su opinión” –que muchas de las veces deriva en insultos–, dirigida tanto al medio que publica como a quienes se sienten a favor o en contra del título de la nota.

Vivimos inmersos en un caldo controvertido y violento donde nadie sale ganador más que el sistema, aquél que mueve los hilos para que permanezcamos entretenidos en esto o aquello mientras el mundo cambia de manera vertiginosa.

Es como si la noticia o publicación fuera aventada al redondel de un palenque y las personas, como los gallos, se arrojaran una sobre otra para tratar de matarse a navajazos en un afán –que siempre termina siendo estéril –por tener la razón.

Podemos hablar de política, religión, boxeo, vacunas, un asesinato o accidente, una explosión; cualquiera que sea el tema, hoy da para opinar, despotricar e insultar al que escribe, con esa ansia de querer saberlo todo, de buscar imponer la verdad sobre el otro y cuando no se cuenta con argumentos, tratar de aplastar con un lenguaje vulgar a quien se considera como un enemigo en el ring.

En ocasiones lo virtual es llevado a la realidad y entonces vemos gente golpeándose en el restaurante o un hombre matando a otro por un lugar de estacionamiento.

Hace unas cinco décadas, política y religión eran temas prohibidos en la mesa, porque las personas inteligentes sabían que en esos debates no se llega a nada concreto. Hoy el abanico de temas se ha ampliado, de manera que casi todo asunto por discutir puede derivar en pleito.

Si la finalidad era dividirnos, vamos por el camino correcto.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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