Por: Mtro. J. Teódulo Guzmán Anell, SJ.

En muchas publicaciones y en varios espacios de nuestra universidad Iberoamericana hemos visto y leído estas palabras del evangelio de San Juan (Jn 8, 32) cuando Jesús discute con los judíos el significado y el alcance de estas palabras.  Normalmente no pensamos ni reflexionamos en qué contexto y circunstancias las pronunció Jesús. Y a lo mejor nos da lo mismo que las haya pronunciado Buda, Confucio o Mahoma.

Obviamente Jesús no se refería a cualquier tipo de verdad, ni a cualquier concepto o práctica de libertad. Y lo que enfureció entonces a los que detentaban la autoridad religiosa en Judea, fue que Jesús se proclamara no solo como el portavoz de la verdad sino como la verdad misma. “Yo soy el camino, la verdad y la vida” había dicho, y “nadie va al Padre (a Dios) si no es por mí”. Para quien se confiesa como cristiano, es decir, como discípulo de Jesucristo, la ciencia sin conciencia e incidencia en la estructura social del mundo y en la construcción de la historia, carece de sentido pleno. La energía nuclear, las neurociencias, la microbiología, en fin, toda la así llamada sociedad del conocimiento, si no se utiliza para revitalizar las condiciones de la vida humana en el planeta, sino para lo contrario, entonces sería enemiga de cualquier tipo de humanismo.

Para muestra de lo que digo basta con mirar las imágenes de la invasión de Rusia en Ucrania con su secuela de muertes y destrucción con crueldad nunca vista, y el cinismo propio de un bárbaro que refleja el rostro de Putin.

La verdad nos hará libres si construimos, compartimos y utilizamos el conocimiento y el producto de la investigación para liberarnos de la esclavitud de las falacias que propagan algunos medios de información, para tomar decisiones correctas en nuestros comportamientos familiares y sociales, y para ser capaces de discernir correctamente entre lo mediocre y lo óptimo cuando se trata del bien común. A Jesús lo mataron por ser fiel a la verdad y denunciar públicamente la mentira y la hipocresía de los dirigentes religiosos de su tiempo. Le repugnaban tanto sus falacias, que los comparó a los sepulcros pintados de blanco, hermosos y brillantes por fuera, pero llenos de carroña y podredumbre por dentro.

¿Dónde está la verdad? ¿En las bibliotecas, en las redes sociales, en Google, en la biblia? ¿Cuál es la verdad que nos hace libres, no para elegir entre el bien y el mal, sino para saber elegir el mejor entre dos bienes? La relativa felicidad que podemos obtener para nosotros y para los demás estriba, creo yo, en las preferencias cotidianas que adoptamos a lo largo de la vida, de acuerdo a nuestro propio marco teórico y moral. En último término, la verdad la construimos y la preservamos entre todos los seres humanos que habitamos este planeta y trabajamos por el bienestar de toda la sociedad.

La misión de la universidad como constructora de ciencia no se entendería cabalmente si no desarrollamos y practicamos al mismo tiempo los valores de la solidaridad, de la misericordia y de la justicia necesarios para la construcción del bien común, el cual debe entenderse como el bienestar de todo el cuerpo social, es decir, de todos y cada uno de los miembros de la comunidad universitaria. Por ello, los intereses particulares deben subordinarse a la construcción del bienestar de toda la comunidad, que se sustenta en el amor. Quien ama es tolerante, misericordioso, compasivo, paciente y veraz. Quien verdaderamente ama se asemeja a Dios, porque Dios es Amor.

La verdad nos hará libres si la construimos entre todos los integrantes de nuestra universidad, con la impronta del humanismo ignaciano, es decir, si en nuestra vida cotidiana nos esforzamos por ser personas con los demás y para los demás, independientemente de su nivel cultural, preferencia sexual y credo religioso. No sería válido entre nosotros descalificar a un integrante de nuestra comunidad universitaria por sus ideas, preferencias y actitudes. Lo que no podemos tolerar es el desprecio, la intolerancia y la discriminación por cualquier razón que sea.

En suma, hoy celebramos el DIA DE LA COMUNIDAD, es decir la presencia viva y activa de quienes estudiamos, enseñamos y trabajamos en la universidad Ibero Puebla para realizar la verdad en el amor, porque si nos amamos mutuamente habremos vencido a la muerte y al mal en el mundo.

 

En todo amar y servir

El autor es académico de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Sus comentarios son bienvenidos.


Mtro. José Teódulo Guzmán Anell, SJ

Sacerdote Jesuita. Licenciado en Filosofía y Letras por el Instituto Libre de Filosofía, Licenciado en Teología por el Colegio Máximo de Cristo Rey; y Maestro en Educación Teachers College por Columbia University New York.

Directivo y asesor en la IBERO Puebla desde 2011. Fue docente en filosofía y teología en el Seminario Arquidiocesano de Xalapa; así como Coordinador en el Secretariado Diocesano de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Xalapa.

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