La confrontación en el debate sobre si en la vida de los seres humanos tenemos libre albedrío y por lo mismo la posibilidad de responder por nuestro actuar, o si, por el contrario, como lo detallan las tragedias griegas, hay un destino fatal que nos espera y determina nuestra existencia sin posibilidad de poder eludirlo ni cambiarlo, es uno de los planteamientos que en muchos aspectos impacta el entendimiento la responsabilidad que asumimos en nuestro actuar.

 

El libre albedrío requiere de cuatro condiciones: la primera, la capacidad de la persona que actúa en el sentido de poder asumir compromisos y obligaciones sin que requiera de alguien que lo haga valer por él por ser menor de edad o tener una imposibilidad que le permita comunicarse fehacientemente; la segunda contar con opciones sobre aspectos en los cuales debe dirigir su actuar, el contar con varias posibilidades le permite a la persona poder elegir, seleccionar y llevar a cabo la conducta que lo conduzca entre esas posibilidades; la tercera es la decisión, contar con opciones e incluso llegar a abstenerse de tomar una decisión es paradójicamente una elección que también tendrá sus consecuencias; finalmente, la cuarta es la información, sin ella no se puede hablar de opciones ni de toma de decisión.

El determinismo se presenta ante la ausencia de cualquiera de los cuatro elementos antes señalados. Además, en la posibilidad de la responsabilidad jurídica se debe partir de que se cuenta con libre albedrío, de lo contrario, nadie sería llamado a rendir cuentas de sus actos.

 

Si bien se parte de la ficción de que se cuenta con el libre albedrío y se valida con la existencia de los cuatro elementos ya mencionados, el simple hecho de nacer en alguna región, estar en cierto entorno familiar y social se argumenta ya como un determinismo; sin embargo, cuando se pretende señalar esa posibilidad vemos los casos de excepción en donde la persona actúa de manera diversas a lo que su circunstancia pudiera determinarlo, así de rompe la afirmación de que “infancia es destino”.

 

Paradójicamente, varios autores señalan que justo el no ceñirse a lo que la circunstancia pudiera marcar, es la señal más clara de la libertad, esta premisa es el piso o el presupuesto para poder señalar que no hay determinismo. La libertad implica que la persona no esté sometida a dominio o subordinación que le impida tomar sus propias determinaciones. Así esa capacidad de elegir ante opciones que se conocen gracias a la información, consolida su ejercicio. Lo más importante en el libre albedrío es asumir las consecuencias de los actos al haberse llevado a cabo en ese espacio de libertad.

 

El debate sobre la existencia del determinismo es permanente, ante las cesiones de libertad a cambio, por ejemplo, de seguridad en los consensos que constituyen sociedad e instituciones, vemos muchas veces que en la forma de organización y reglas para el acceso al poder se puede presentar el caso en que no se votó por una opción que fue la finalmente favorecida y sus acciones impactan a todas las personas sin distingo de la preferencia en su elección; de ahí la exigencia de que quienes accedan a cargos de responsabilidad a través de la elección no olviden que gobiernan para toda la colectividad y no solo para el grupo que les dio la mayoría. Ante estos escenarios podemos encontrar casos de determinismo, al igual de poderes fácticos como empresas que contaminan y no asumen los costos que en la mayoría de los casos manifiestan su afectación en zonas lejanas al lugar que las genera y lamentablemente afectando a grupos en situación de vulnerabilidad, principalmente. El debate sigue abierto.

Twitter @TPDI

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