Algunos dudan de si el presidente en turno se está embolsando el dinero de los impuestos de los contribuyentes, para enriquecer a las generaciones futuras de sus familiares y amigos.
¿Y si la duda fuera uno de los conceptos que adoptamos desde el inicio de nuestra vida? ¿será que nacemos con ella y nunca la soltamos?
Incluso desde nuestra misma concepción; si pudiéramos demostrar que los espermatozoides tienen conciencia, ya se vería entre ellos la duda de saber quién será el que llegará primero; el afortunado que florecerá al conseguir incrustarse en el óvulo fecundo.
¿Será la duda la que nos toma prisioneros de manera permanente?
En nuestros primeros años comenzamos a dudar si nuestra madre nos ama más que a nuestros hermanos; la incertidumbre de no ser el preferido nos corroe desde pequeños y aún antes, cuando el miedo se apodera de nosotros en forma de duda al pensar si nuestros padres nos abandonarán cada vez que salen de casa y nos dejan encargados.
Ya Descartes utilizó la duda como un mecanismo cuyo fin era el de hallar un principio evidente, es decir: “se sirvió de la duda como método para llegar a la verdad; para él la duda es, pues, metódica y no escéptica.”
Incluso se presta para dudar de sus propios sentidos: “Si alguna vez me han engañado, me hace ser precavido y suponer que pueden engañarme siempre”
Descartes duda también del mismo exterior, “debido a la falta de criterio para distinguir entre el estado de vigilia y el estado de sueño.”
Finalmente, para él, el resultado de la duda termina siendo “pienso, luego existo” (COGITO ERGO SUM).
En cambio, los ciudadanos comunes dudamos de si la señora Remedios nos vendió kilos de azúcar de 800 gramos; si el conductor del taxi tomó una ruta más larga para arrancarnos unos pesos de más; si esa mujer extraña que mira a su esposo lo hace por coquetería; si el auto de uso que nos venden tendrá el kilometraje trucado.
Es una interrogante en el hombre celoso pensar todo el tiempo en la infidelidad de su mujer; hay incertidumbre al hacer la compra de una casa: ¿tendrá o no, vicios ocultos?; la novia que duda mil veces, desde el momento de haber aceptado el anillo de compromiso, hasta el instante en que el padre pregunta si acepta por esposo (a ese desconocido que se la quiere llevar para siempre).
¿Cuántas veces dudamos durante el día? ¿Podemos sorprendernos a nosotros mismos al descubrirnos sospechando de la veracidad de algo y contar las veces que nos cachamos en dubitación? ¿Será entonces que vivimos en un mundo de mentiras, el cual nos lleva a cuestionar cada paso que damos?
Cada vez que hay una negociación, un costal de dudas aparece en el espacio entre el comprador y el vendedor; acerca de la buena o mala calidad de los productos o servicios, el costo-beneficio que traerá su adquisición, la durabilidad, las garantías, la certeza de que eso es lo que realmente se requiere comprar, etcétera.
Al solicitar una vacante las interrogantes se multiplican bloqueando la mente y llenándola de conjeturas: ¿me darán el trabajo? ¿cuánto me pagarán? ¿llegaré muy alto en esta empresa? ¿es realmente lo que quiero hacer en la vida? ¿me estará analizando la entrevistadora? ¿qué postura será la más convincente para que me acepte? ¿habré venido vestido adecuadamente? ¿serán preguntas capciosas las del examen psicométrico?
Es como si la duda viniera pegada a nuestra nuca; salta a la menor provocación para ponernos contra la pared; nos obliga a apretar las piernas, la mandíbula, cruzar los brazos, sudar, tartamudear o simplemente a sentir el deseo de salir corriendo.
Y en nuestros últimos minutos de vida nos asaltarán las últimas dudas: ¿habrá vida después de la vida? ¿Todo se apagará así nada más? ¿A dónde voy en seguida? ¿Habrá para mí paraíso o infierno? Así que, al parecer, nacemos dudando, y morimos igual.
¿Será que el lector terminará de leer la columna? ¿o al tercer párrafo cambiará de lectura?
F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG