*Por: Mtra. Tamara P. Caballero Guichard

Edgar Morin

Más de trescientos mil muertos por COVID en México como parte de una pandemia sin precedentes en los tiempos modernos que no da tregua. Cada día 10 mujeres son asesinadas en el marco de un país caracterizado por incomparables índices de violencia, narcotráfico, discriminación, corrupción y abuso. A lo que se suma entre otras muchas cosas que cada año aumenta significativamente la temperatura producto del cambio climático, y las predicciones sobre lo que su sucederá con nuestra casa común, la tierra, son desoladoras. Este un ligero brochazo del panorama aterrador e incierto en que estudiantes mexicanos de preparatoria están descubriendo su rumbo profesional, decidiendo qué estudiar y dónde hacerlo. Un panorama donde la incertidumbre se agudiza, y donde la falta de seguridad, de confianza y de certeza son signos identitarios.

Al respecto de este panorama, recientemente platicaba con algunos aspirantes preuniversitarios, que se sentían muy presionado a elegir una carrera y universidad, y que para los cuales no tenía mucho sentido esta decisión. Algunos bromeaban incluso con el miedo de una tercera guerra mundial, otros decían que sus padres nos le dejarían salir de su ciudad por la inseguridad y otros más simplemente se encontraban apáticos y con pocas expectativas sobre el futuro.  Y es que estamos hablando de que jóvenes de entre 16 y 19 años están tomando una de las decisiones, que muchos consideran, como una de las más importante de la vida de una persona. En muchos casos se trata, de hecho, de la primera decisión de alto impacto que tendrán que tomar de forma autónoma.

Con tal importancia se requiere que esta decisión sea tomada con los recursos y herramientas necesarias.  Y cuando hablo aquí de recursos y herramientas no me refiero meramente a tener la folletería de las carreras y universidades a la mano, sino más bien de recursos personales, sociales, materiales y por su puesto de conocimiento. Porque queda claro que es una decisión en la que entran en juego las propias percepciones sobre el futuro, las opiniones familiares, las opiniones de los pares, el lugar de origen, la oferta laboral de la carrera que se quiere proseguir, y por su puesto el contexto económico, político, social, histórico.

Por lo que no busco con este artículo generar un clima más desalentador del que ya existe, ni sumarme a una mirada pesimista respecto de proceso de vocacional de los estudiantes. Lo que busco más bien es poder compartir con el lector algunos aspectos que sirvan como pistas para apoyar a nuestros estudiantes e hijos e incluso que nos sirvan a nosotros mismos como acompañantes de estos procesos.

Un primer aspecto importante que me gustaría compartir, es que más allá de evadir este contexto que atraviesa el proceso de decisión de los jóvenes, que los y nos angustia, tendríamos que acercarnos a él reflexivamente.  Es decir, en vez de construir muros psicológicos, sociales, familiares y materiales alrededor de nuestros preuniversitarios, que los alejan de la realidad, tendríamos que ponerlos en contacto con ella, como un punto de partida crítico de su proceso de decisión. En el que vocación y contexto dialogan y permiten que las proyecciones del futuro cobren un sentido mucho más profundo y humanizante. Es decir, se trata permitir que la realidad, por más desesperanzadora e incierta que sea, cohabite en el mismo espacio de los deseos, anhelos y miedos personales del estudiante, conectando así sus inclinaciones con las necesidades y problemáticas sociales reales.

Un segundo aspecto que me gustaría compartir, tiene que ver con situar el contexto de incertidumbre en su justa medida. Reconociendo, como ha demostrado la historia y autores como Edgar Morin, que la vida la de la humanidad está llena de lo inesperado y es su curso natural.  Por lo que las viejas certezas, que se planteaban como pilares sólidos e inamovibles y la ilusoria idea de alcanzar la estabilidad, son cuestiones que tendríamos que dejar de lado, para empezar a construir orientaciones flexibles que nos permitan navegar, sin rodear, el contexto que se vive. Es decir, buscar enseñar y aprender junto con nuestros estudiantes e hijos, a vivir en la incertidumbre y para la incertidumbre, y desde ahí afrontar la crisis propia de la etapa de elección profesional, no como una crisis única que “va a pasar”, sino como algo que seguirá ocurriendo.

Asumir la crisis, y situarnos desde el contexto y para el contexto que vivimos en el proceso de decisión vocacional, representa una oportunidad para nuestros estudiantes e hijos de encontrarse con sí mismo y con los otros, así como de poner nuestra situación en contexto. Conectar orientar la vocación hacia dentro y hacia afuera, desde y para lo incierto.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

Sus comentarios son bienvenidos.


Mtra. Tamara Paola Caballero Guichard

Licenciada en Procesos Educativos por la IBERO Puebla, Maestra en Educación con Especialidad en Currículum Escolar por Pontificia Universidad Católica de Chile, donde fue becaria del programa de cooperación internacional Mexico-Chile. Actualmente estudia el Doctorado en Interinstitucional de Educación en la Universidad Iberoamericana Puebla.

Ha escrito artículos de opinión y artículos científicos para revistas como CPU-e y la Revista Iberoamericana para la Investigación y el Desarrollo Educativo. Cuenta con más de cinco años de trabajo en Investigación Educativa, así como en consultoría y desarrollo de proyectos curriculares de forma independiente.

En este momento se desempeña como Coordinadora de Promoción de la IBERO Puebla y dirige la organización Bildung: acompañamiento educativo a lo largo de la vida.

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