Ana escucha una frase, un dicho o una palabra que le llama la atención o le gusta, y sólo espera el momento de colocarla en una conversación para mencionarla.

Mucho de lo que somos, de las cosas que consumimos o usamos, antes las vimos en algún lugar.

Y es que somos proclives a imitar el gusto o las costumbres de este o aquella.

La moda se vale del deseo de verse como el otro para generar un consumo en masa que en ocasiones se vuelve escandaloso.

Le miró un tatuaje a alguien y quiso verse como él; después a alguien le pareció buena idea y… hoy un gran porcentaje de la gente anda tatuada porque en principio, a una persona se le ocurrió que podría verse sui generis; aunque, cuando lo original cae en la masificación, se convierte en el común y entonces todos aquellos que eran originales, se vuelven iguales a todos esos (antes) originales.

Pasa mucho con los autos: “vi una camioneta padrísima, la quiero” y entonces montones de camionetas del modelo tal circulan por toda la ciudad.

Puede ser que anhelemos lo que el otro tiene, o que dentro nuestro poseamos un pozo de los deseos que nunca se llena, tengamos lo que tengamos o compremos lo que compremos; las sociedades secretas están repletas de multimillonarios que, al ya no tener en qué gastar, se inventan cualquier cantidad de cosas excéntricas para tratar de sentir algo nuevo; el caso de El Juego del Calamar nos da un ejemplo claro de lo que son capaces aquellos que lo poseen todo, pero nunca tienen llenadera.

El deseo, que poseemos como impulso natural para accionar, ha sido utilizado por la mercadotecnia para llevarnos en ocasiones a extremos a los que jamás imaginamos: la mujer que quiere ser como su amiga; el marido que desea a la comadre; el político que busca la silla del de arriba; el niño que quiere el juguete de su compañerito.

El pozo de los deseos está siempre ahí, pidiendo, demandando, exigiendo y cuando sale de control, cuando los mecanismos de defensa fallan, entonces nos vemos frente a jóvenes enlistados en las filas del crimen organizado buscando convertirse en capos; violadores y asesinos tratando de satisfacer sus instintos; políticos empobreciendo a sus pueblos en aras de poseer todo lo que más puedan.

Aunque no siempre el deseo surgido de ese pozo lleva a la perdición de la persona y sus principios; existe aquél que desde niño deseó ser astronauta y debido a su enfoque lo consiguió.

En su momento, Freud y Lacan se refirieron al deseo como aquella necesidad dirigida a un objeto con el fin de satisfacerse. “El deseo humano es el deseo del Otro”, dice Lacan y esta frase por supuesto que se puede interpretar desde diferentes ángulos. O por otra parte “Deseo del deseo del Otro” como si se quisiera ser objeto del deseo de otro, que sería también la necesidad de ser reconocido por el otro.

Está el caso de la alumna que cree enamorarse de su maestro, cuando en realidad desea su sapiencia, su desenvoltura y su figura de autoridad; llegar a ser como él, es seguro que borraría el rastro de enamoramiento; de hecho, el enamoramiento tiene que ver con el deseo de poseer lo que el otro tiene, y cuando se consigue, el amor disminuye poco a poco: es el caso de aquella mujer empequeñecida que se enamora de un hombre por su carácter fuerte y que con la convivencia ella aprende también a ser decidida y enérgica, de manera que empieza a sentir que ya no lo necesita tanto.

El deseo está presente, incluso en el lecho de muerte, cuando lo único que anhelamos es ver el paraíso.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

T/@ALEELIASG

 

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