Por: Mtra. Lorena Yazmín García Mendoza

Lo que pasa en el mundo me interpela, me lleva a preguntarme: ¿cómo llegamos a esto? – normalización de la guerra, indiferencia ante la crisis climática, aumento de feminicidios en el país, asesinato de activistas, migrantes rechazados, precariedad laboral y pobreza – ¿qué pasó o dejó de pasar para que sucedieran estos hechos que dejan a la gente a la intemperie? Desde mi lugar como docente universitaria me pregunto por el papel de la universidad y por lo que necesitamos hacer, desde este espacio privilegiado, para transformar la historia.

La imagen de una joven, a la deriva, en la noche, sola, librada a su suerte me conmueve. Abundan comentarios que expresan malestar porque este caso se investiga y no el de otras muchas (más de 300 mujeres desaparecidas en Nuevo León en lo que va del año). Me duele lo que veo. Me duele el mundo. Al mismo tiempo, sigo confiando en el poder de la gente, en la potencia de cada uno, que se hace colectiva, que podría cambiar los relatos actuales, llenar los espacios vacíos con gestos de fraternidad, compasión y valentía; gestos que nos atraviesen, nos involucren, conmuevan, que nos pongan en relación con el mundo.

Lecturas múltiples me animan a pensar en la fuerza del desencuentro y la impotencia. Estas distancias exponen nuestras fragilidades y límites, visibilizan nuestra vulnerabilidad y muestran al rojo vivo los conflictos que hemos tolerado o que pasamos por alto. Pienso en la urgencia de abrazar estas formas para transitar del “estar juntos” al “hacer juntos”.

Reconocer que en nuestras relaciones coexisten desde el conflicto y la frustración, hasta el desacuerdo y las zozobras, puede ser el primer paso para volver a sembrar con nuestros estudiantes gestos que deriven en disposiciones más solidarias y recíprocas.  Y puede serlo porque, sembrar evoca un proceso orgánico donde se cultiva y se cosecha, se mima, cuida y atiende el ambiente donde se planta, se espera y observa con asombro e incertidumbre el proceso de crecimiento. Supone también un modo de pensar y relacionarse que trasciende las lógicas fragmentarias. El gesto de sembrar no puede separarse del sistema al que pertenece. En los gestos crece una fuerza creadora, una continuidad que une el cuerpo, los objetos, y el contexto.

El cultivo de los gestos desde la educación convoca habilidades y disposiciones; si el mundo es un jardín a nuestro cuidado necesitamos recurrir a estrategias de hospitalidad, dado que habrá heladas, vientos, lluvias y sequias que constituirán una fuente de desesperanza. Cultivar nuestro jardín-mundo exige experiencia y paciencia, pero también disciplina. Como jardineros precisamos estar inmersos en el mundo, nuestro jardín, porque el cuidado que requiere insta a una atención y dedicación singular, así como un acompañamiento donde se combine el respeto y el cuidado, que se aleje de la conveniencia y que, por el contrario, apele a la presencia, la amabilidad, la escucha y la paciencia.

Deleuze hablaba de formas jardineras, formas que no se limitan y que no son sólo del cuerpo, sino que implican un movimiento que toma sentido en un ambiente, que nos habla de los mecanismos escondidos entre los individuos y en su relación con los mundos vegetal y animal. En ese sentido, la siembra de gestos habilita modos de ser y estar que van más allá del cuerpo, que se diseminan hasta involucrar la totalidad de las relaciones en las que estamos inmersos. En estas relaciones -con nosotros mismos, los otros, el mundo y con el saber- se expone la diferencia, una diferencia que se traduce en los estilos con que sembramos, en los saberes técnicos que ponemos en juego y el tiempo que nos dedicamos. La diferencia también se hace presente cuando cada especie, planta o sujeto despliega de forma única, no exenta de complejidad, sus modos de extenderse, de estar en el espacio y en el tiempo para asegurar su perennidad, para fabricar su futuro y resistir a la intemperie, los depredadores, las enfermedades o las catástrofes.

Pensar la educación como una siembra de gestos constituye un futuro posible, ya que nos muestra que cada especie, sujeto, planta encuentra oportunidades para modificarse y transformarse, ya sea por deseo propio o por presión externa. De esta forma, la educación se aleja de un modo de pensar que atribuye destinos trazados de antemano, reafirmando que las existencias pueden ser transformadas. La educación a través de la escuela puede constituir un recinto destinado a proteger lo común y consolidarse como el espacio para que se inventen y creen otros destinos posibles.

Sembrar gestos es una tentativa de reconocer que los cambios en los modos de pensar y hacer son posibles. Podemos sembrar gestos en cualquier momento, con cualquiera y darnos cuenta que al sembrar se puede experimentar la fascinación de descubrir realidades sorprendentes, pero para ello será necesario mantener la atención, pues siempre hay algo que está por nacer, que aparece y que se exhibe de forma diferente a lo largo del día, de las estaciones y de los años.

En las noticias impera la muerte. Con la siembra de gestos damos la bienvenida a un pensar-hacer-sentir diferente: decimos sí al esplendor del instante presente, a lo contingente y lo inacabado. Nos disponemos a ocuparnos de lo vivo, considerarlo, reconocerlo, hacerlo nuestro amigo. Sembrar gestos como una afirmación irrenunciable: un sí al mundo, un sí a la vida.

La autora es académica de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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